Dicen que la infancia termina cuando se sabe que la muerte existe. Los antropólogos y los sicólogos han descubierto que en el niño de determinada edad, la actividad lúdica(capacidad para idear juegos y divertirse), experimenta un cambio cuando se ve por vez primera a una persona finada.
La muerte ha tenido conceptos diferentes a lo largo de la historia de la humanidad en las diversas culturas que han existido. No importa el continente, sea África, Oceanía, Asia, América o Europa, la curiosidad es latiente.
Nuestra cultura mexicana o mestiza, que como dijo José Natividad Rosales, siempre ha querido hacer suya a la prehispánica, no se ha definido muy bien en cuanto al tema, a decir de expertos en la materia.
Los egipcios, cruzaban el río que les llevaba al Valle de los Muertos, en donde también existían las jerarquías. Los Faraones y las Reinas, eran ataviados con las mejores vestimentas y embalsamados mediante un método que actualmente ni el mejor de los egiptólogos ha descubierto. Además, los perfumaban con esencias, cuyo olor perdura hasta nuestros días.
La tumba más famosa del Egipto Antiguo, fue la que descubrió el inglés Lord Carnavon, misma, que los amantes del esoterismo e historias inexplicables, dicen que le costó la vida, junto con sus acompañantes.
Se trata de la tumba del Faraón Niño, Tuthankamen, a quienes muchos aseguran como otra encarnación de Jesucristo en la Tierra de los hombres. Curiosamente, dentro del sarcófago de lujo, pués es de oro y estaba rodeado de joyas incrustadas, no se encontró a ningún gato.
Los egipcios adoraban a este animal porque le consideraban de buena suerte y espantaba a los malos espíritus, tanto que le rendían culto a una diosa con aspecto felino, Bastet. Entonces, embalsamaban a algún minino para que acompañara al jerarca en su viaje al ya mencionado Valle de los Muertos, y de paso, asegurarse que no volviera.
En el caso de los griegos, Homero y Jenofonte nos dan la información que requerimos para saber qué es lo que pensaban los helenos acerca de la huesuda. Sencillamente morían y la oscuridad o Hades, cubría sus ojos y no había más.
La tumba griega más famosa es la que descubrió Arthur Schliemann: la del Rey Agamenón.
Por su parte, los indios, los de la India, tenían un montón de niveles en su concepto fúnebre. Había quienes se quedaban vagando aquí, de cuerpo en cuerpo, ya sea de animal o ser humano; los más capaces y virtuosos, eran quienes alcanzaban el Nirvana o Tesoro Celestial.
Para los romanos, los antiguos latinos, les esperaban los Campos Eliseos(no la Avenida Parisina), en los que había una paz y tranquilidad inigualables, pero en los que seguían existiendo con la misma corporeidad que poseían cuando vivían.
Y por fin los judíos. El Eclesiastés, número siete, ordena claramente que lo mejor es vivir la vida por el camino que Yavéh(Aquel que fue, es y será), nos trazó, para tomar en serio el final que en determinado momento nos llegará y asumirlo con sabiduría y repudiando la vanidad, prefiriendo ir a la casa en la que se guarda luto y gravedad que a la que ostenta festín y lujuria.
Aparece en escena Jesucristo, en el Nuevo Testamento y ya son las gestaciones de lo que en el futuro sería la Civilización Judeocristiana, en la que estamos esperando su regreso, ya no como el cordero tolerante y humilde, sino como el juez que viene a ajustar cuentas. Ahí, muertos y vivos volverán a compartir la misma dimensión, mientras se efectúa lo que los cristianos llaman Juicio Final.
El florentino anterenacentista, Dante Alighieri, nos legó una muy particular idea de lo que es el panorama que nos aguarda después de que morimos. Infierno, Purgatorio y Cielo. En el primero pone a los paganos y a todos los paisanos que le caían mal o estaban en contra de sus ideas políticas; en el segundo, a los que estaban purgando sus culpas y en el último, a su amada Beatrís Portinari y a los que le habían hecho un bien algún día.
Los escandinavos tenían al Palacio Wallavajah, en donde los esperaba su Señor Odín o Wotan, quien se encargaría de darles su merecido, según la forma en que habían muerto: heroicamente, comida y vino; sirviendo a la sociedad, algo menos pero conformante; a los cobardes y traidores de los dioses como Benethon, Alberich y otros, los dejaba fuera, aguanto los olores putrefactos de su descomposición.
Volviendo a México. Hay algo que se llama Día de Muertos y a lo largo de la República se festeja de múltiples maneras. En el Sur, la gente lleva alimentos a la tumba de sus difuntos y a la mañana del siguiente día, regresa a comerse lo que los muertitos dejaron al terminar su banquete.
Los altares de muertos es una constante en todos los estados. La comida que más le gustaba a los finados, flores, velas, la imagen de algún santo o la Virgen de Guadalupe(hablo del ámbito católico, que es el que impera en el país, hay otras religiones que no tienen contemplados en sus costumbres estas tradiciones).
El dos de noviembre es la fecha en la que se festeja, se recuerda o se conmemora, cuestión de criterios, la partida de nuestros seres queridos.
A nivel local, según palabras de Jesús Aguirre Aguilera, encargado de la florería “El Tulipán”, este día no es significativo, remunerativamente hablando para comercios categóricamente establecidos como ellos, sino más bien para los comerciantes foráneos que traen flores del sur del país y tienen la oportunidad de vender en la modalidad de ambulantes.
“Son los que incluso, pueden ir a la puerta del cementerio y allí mismo hacer su agosto”, dijo y agregó que ello resulta desventajoso para ellos, porque las rosas, claveles y toda la flora que venden como negocio establecido, lo hacen pagando flete, mientras que los vendedores que vienen de otras partes no enfrentan ese compromiso.
Y en la calle Angostura, número tres, la familia Rodríguez Gaytán se avocó a fabricar coronas para tumbas. Los señores Porfirio Rodríguez y Rosalba Gaytán, junto con sus hijas, Susana, Blanca y Lety, en un afán por preservar la tradición, aprendieron el oficio de la noche a la mañana.
“Mis hijas, nada más vieron una corona de esas y luego, luego, supieron cómo hacerlas, son muy inteligentes, y ahí están, a las órdenes de los parralenses”
Dijo el Papa Juan Veintitrés en su encíclica “Mater et Magisteri”, hay que reclamar el lugar digno que nos merecemos en el mundo de los hombres, para ser dignos de ocupar un lugar en el Reino de los Cielos.
La muerte ha tenido conceptos diferentes a lo largo de la historia de la humanidad en las diversas culturas que han existido. No importa el continente, sea África, Oceanía, Asia, América o Europa, la curiosidad es latiente.
Nuestra cultura mexicana o mestiza, que como dijo José Natividad Rosales, siempre ha querido hacer suya a la prehispánica, no se ha definido muy bien en cuanto al tema, a decir de expertos en la materia.
Los egipcios, cruzaban el río que les llevaba al Valle de los Muertos, en donde también existían las jerarquías. Los Faraones y las Reinas, eran ataviados con las mejores vestimentas y embalsamados mediante un método que actualmente ni el mejor de los egiptólogos ha descubierto. Además, los perfumaban con esencias, cuyo olor perdura hasta nuestros días.
La tumba más famosa del Egipto Antiguo, fue la que descubrió el inglés Lord Carnavon, misma, que los amantes del esoterismo e historias inexplicables, dicen que le costó la vida, junto con sus acompañantes.
Se trata de la tumba del Faraón Niño, Tuthankamen, a quienes muchos aseguran como otra encarnación de Jesucristo en la Tierra de los hombres. Curiosamente, dentro del sarcófago de lujo, pués es de oro y estaba rodeado de joyas incrustadas, no se encontró a ningún gato.
Los egipcios adoraban a este animal porque le consideraban de buena suerte y espantaba a los malos espíritus, tanto que le rendían culto a una diosa con aspecto felino, Bastet. Entonces, embalsamaban a algún minino para que acompañara al jerarca en su viaje al ya mencionado Valle de los Muertos, y de paso, asegurarse que no volviera.
En el caso de los griegos, Homero y Jenofonte nos dan la información que requerimos para saber qué es lo que pensaban los helenos acerca de la huesuda. Sencillamente morían y la oscuridad o Hades, cubría sus ojos y no había más.
La tumba griega más famosa es la que descubrió Arthur Schliemann: la del Rey Agamenón.
Por su parte, los indios, los de la India, tenían un montón de niveles en su concepto fúnebre. Había quienes se quedaban vagando aquí, de cuerpo en cuerpo, ya sea de animal o ser humano; los más capaces y virtuosos, eran quienes alcanzaban el Nirvana o Tesoro Celestial.
Para los romanos, los antiguos latinos, les esperaban los Campos Eliseos(no la Avenida Parisina), en los que había una paz y tranquilidad inigualables, pero en los que seguían existiendo con la misma corporeidad que poseían cuando vivían.
Y por fin los judíos. El Eclesiastés, número siete, ordena claramente que lo mejor es vivir la vida por el camino que Yavéh(Aquel que fue, es y será), nos trazó, para tomar en serio el final que en determinado momento nos llegará y asumirlo con sabiduría y repudiando la vanidad, prefiriendo ir a la casa en la que se guarda luto y gravedad que a la que ostenta festín y lujuria.
Aparece en escena Jesucristo, en el Nuevo Testamento y ya son las gestaciones de lo que en el futuro sería la Civilización Judeocristiana, en la que estamos esperando su regreso, ya no como el cordero tolerante y humilde, sino como el juez que viene a ajustar cuentas. Ahí, muertos y vivos volverán a compartir la misma dimensión, mientras se efectúa lo que los cristianos llaman Juicio Final.
El florentino anterenacentista, Dante Alighieri, nos legó una muy particular idea de lo que es el panorama que nos aguarda después de que morimos. Infierno, Purgatorio y Cielo. En el primero pone a los paganos y a todos los paisanos que le caían mal o estaban en contra de sus ideas políticas; en el segundo, a los que estaban purgando sus culpas y en el último, a su amada Beatrís Portinari y a los que le habían hecho un bien algún día.
Los escandinavos tenían al Palacio Wallavajah, en donde los esperaba su Señor Odín o Wotan, quien se encargaría de darles su merecido, según la forma en que habían muerto: heroicamente, comida y vino; sirviendo a la sociedad, algo menos pero conformante; a los cobardes y traidores de los dioses como Benethon, Alberich y otros, los dejaba fuera, aguanto los olores putrefactos de su descomposición.
Volviendo a México. Hay algo que se llama Día de Muertos y a lo largo de la República se festeja de múltiples maneras. En el Sur, la gente lleva alimentos a la tumba de sus difuntos y a la mañana del siguiente día, regresa a comerse lo que los muertitos dejaron al terminar su banquete.
Los altares de muertos es una constante en todos los estados. La comida que más le gustaba a los finados, flores, velas, la imagen de algún santo o la Virgen de Guadalupe(hablo del ámbito católico, que es el que impera en el país, hay otras religiones que no tienen contemplados en sus costumbres estas tradiciones).
El dos de noviembre es la fecha en la que se festeja, se recuerda o se conmemora, cuestión de criterios, la partida de nuestros seres queridos.
A nivel local, según palabras de Jesús Aguirre Aguilera, encargado de la florería “El Tulipán”, este día no es significativo, remunerativamente hablando para comercios categóricamente establecidos como ellos, sino más bien para los comerciantes foráneos que traen flores del sur del país y tienen la oportunidad de vender en la modalidad de ambulantes.
“Son los que incluso, pueden ir a la puerta del cementerio y allí mismo hacer su agosto”, dijo y agregó que ello resulta desventajoso para ellos, porque las rosas, claveles y toda la flora que venden como negocio establecido, lo hacen pagando flete, mientras que los vendedores que vienen de otras partes no enfrentan ese compromiso.
Y en la calle Angostura, número tres, la familia Rodríguez Gaytán se avocó a fabricar coronas para tumbas. Los señores Porfirio Rodríguez y Rosalba Gaytán, junto con sus hijas, Susana, Blanca y Lety, en un afán por preservar la tradición, aprendieron el oficio de la noche a la mañana.
“Mis hijas, nada más vieron una corona de esas y luego, luego, supieron cómo hacerlas, son muy inteligentes, y ahí están, a las órdenes de los parralenses”
Dijo el Papa Juan Veintitrés en su encíclica “Mater et Magisteri”, hay que reclamar el lugar digno que nos merecemos en el mundo de los hombres, para ser dignos de ocupar un lugar en el Reino de los Cielos.
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