Era todo un arte eso de untarse el mus en el pelo. Sencillamente me gustaba mucho más que la gelatina. Fijar el cabello siempre fue una de mis prioridades antes de salir a dar el rol por las noches a la Zona Dorada. Generalmente prefería la espuma, pués el olor era muy agradable al olfato y su aplicación resultaba muy simple. Esos días de juventud fueron una verdadera odisea de triunfos y derrotas. Quién sabe por qué, siempre de los siempres, cuando mis pensamientos echan a volar a los tiempos en que llegué a Chihuahua Capital a trabajar en la maquila, aparecen en mi mente las imágenes distorsionadas de Raúl y Javier. Ellos no compartían el mismo departamento que yo ocupaba, sin embargo sí éramos del mismo módulo de viviendas, uno que estaba por el Fraccionamiento Universidad. Entonces, de vez en cuando, decidíamos juntarnos para tirar desmadre juntos. Y fue precisamente esa noche cuando nos íbamos a ver por última vez. Probablemente, aunque no me di cuenta hasta ahora que lo escribo, instintivamente me esmeré en hacer un estado pétreo de mi greña, muy a la Clark Kent. Me encantaría poder volver a estar frente aquel espejo tan sucio por las moscas. Hubo tanto que hacer en esos años que ahora deploro los minutos perdidos. Pero. Sin embargo. El espejo, en mis recuerdos, continúa firme, exacto. La camisa la había dejado extendida sobre la cama desde la mañana, cuando salí al trabajo. Nunca le di más de la importancia necesaria a los acontecimientos, por lo que puedo mencionar que la noche de verano en la que sucedió lo que estoy contando, no fue precisamente una fecha esperada de tiempo atrás.
Escogí una ropa muy clara, sin una pizca de oscuridad en su apariencia. Javier me advirtió muy enfáticamente que lo mejor sería no ir vestidos de una manera que provocara la desconfianza en las chamacas. “Sabes de que a las morras no les parece cuando vas vestido como si fueras a practicar un culto satánico...Esas discos así son....Puro fresón...”, así me lo planteó, con un español totalmente vejado, despreciado por el maquilero más insignificante. Todos los chavos que aterrizábamos en la ciudad persiguiendo el empleo en las empresas trasnacionales, llevábamos el mismo corte de pelo de militar, un peinado hecho hacia delante, con una ligera actitud erguida en la frente. La raza en aquellos ambientes, lo recuerdo muy bien, era asquerosamente horrible. Era un chisme de todos contra todos y a nadie se le perdonaba nada. Por lo que nosotros no éramos la excepción. Al momento nos hicimos el objeto de las críticas de los compañeros y compañeras por ser prácticamente unos rancheros. Proveníamos de un lugar en el que la civilización no resultaba ser una constante precisamente. Claro que lo anterior era a juzgar de los chihuahuitas. La mecánica de ínter actuación en la maquila obedecía a ciertas estrategias de vulgarización de los individuos. El punto es que tanto Javier como yo, que éramos los que teníamos más relación amistosa, tuvimos que acoplarnos al monótono devenir de las mayorías. Raúl, en cambio, pertenecía a una raza superior de hombres que pensaban muy seriamente en progresar como seres humanos. Su mayor ambición era la de lograr el ingreso al tecnológico de la ciudad, para cursar una carrera por medio de la empresa en la que trabajaba. No tenía nada que ver con nuestro mundo insípido y sin esencia, carente de esperanzas, vacío y deleznable. Sin embargo, ignoro la razón, guardaba algo como un sentimiento de ansiedad en su interior. Sencillamente se veía a simple vista que no se trataba de una persona muy conforme con su destino y peleaba por superarlo.
Claro que sería una pérdida total de tiempo el que me dedicara a escribir un ensayo completo delineando la caracterología del maquilero chihuahuense. Resultaría, a final de cuentas, infructuoso. Conforme acaricio las teclas de la máquina Lettera modelo noventa y cinco, pretendo atisbar diversos factores que por obviedad fisiológica, aunque sea lamentable, escapan a la memoria. Me reservo muchos de los detalles íntimos que sin intención o malicia, conocí de estas dos personas, a quienes donde quiera que se encuentren, les deseo lo mejor en la vida. El caso es que al terminar de aplicarme la espuma en el cabello, tomé el peine que había comprado apenas unos días antes y definí la forma que debería adoptar el peinado: hacia atrás y bien comprimido. Después me daría cuenta que aquello infundía cierto aire de crapulencia en la impresión de los demás, algo así como si uno fuera un mafioso o un malandro, de esos cholos que abundan en esa ciudad, tan grande y tan pequeña a la vez. Vacilé entre si debía tomar alguna chamarra, en caso de que el clima, en determinado momento, se mostrara agresivo para con los noctámbulos. No estaría por demás destacar, como ya lo he mencionado, que no era una ocasión esperada, sino una noche como cualquier otra. Una noche más en la que salíamos a andar de cabrones, sin temor a la vida ni lo que pudiera pasar al siguiente minuto, o incluso al siguiente segundo.
Salir a dar el rol era algo acostumbrado de cada fin de semana. Podríamos decir que lo más usual era que lo hiciéramos los sábados, justo cuando había más pollitas y las chavas de la universidad o del tec caían por allí en parvada. Entonces, se presentaban las oportunidades más asequibles, en cuanto a posibilidades de dormir calientito se referían. Aunque debo confesar que a mis diecinueve años, yo sólamente había logrado llevarme a la cama a tres mujeres, tomando en cuenta que una de ellas, de tan borracha, ni siquiera me hizo segunda en el asunto, por lo que muy desilusionado tuve que abandonar el cuartucho del hotel donde se hospedaba, pués según me acuerdo era regiomontana y venía de visita. De todo aquello me acordaba aquella ocasión de verano, cuando ya la fría tarde que nos había demorado en la maquila, caía lóbrega, cediéndole su espacio a la oscuridad. Fui indulgente conmigo mismo y decidí embrocarme la chamarra color negro que había comprado unos meses antes en los pasitos. Su aroma a cuero de imitación me reconfortaba y me hacía sentir parte de un mundo etéreo, siempre propenso a lo novedoso.
No resistí la tentación de esperar un buen rato para hacerme las ilusiones de que ahora me tocaba a mí ser el rey de la juerga. Pensé en cómo debía actuar, qué es lo que debía hacer, cómo llegarle a las morras. Por mi mente fluctuaron todo un repertorio de locas estrategias y pasos que seguiría para obtener resultados óptimos. No obstante, debo aceptar que tales estrategias no eran lo que se llama aterrizadas. Qué sería, para empezar, lo que me dirían aquellos dos. Sencillamente no me dejarían acaparar el lugar del señorío, pués también a ellos se les vendría en gana pasarse un buen rato galanteando y llegándole a las chicas a la primera chance que se presentara. Ya me imaginaba los guajoloteos de Javier, creyéndose todo un Casanova y pretendiendo ser lo non plus ultra de la fiesta.
Dejé esos pensamientos por la paz y llegué a la conclusión de que no era muy recomendable adelantar resultados o creer que la salida constituiría un rotundo fracaso para mí.
Salí del cuartucho.
Raúl y Javier ya me estaban esperando afuera. A diferencia mía, ellos ostentaban el mismo peinado que utilizábamos para ir al trabajo. Al menos, por ese lado, llevaba las de ganar, pués me distinguiría de alguna manera. Cambiamos miradas de saludo y un insípido “qué onda”, para resultar un poco más efusivos. Pasadas las salutaciones bajamos las escaleras entre aventones y chascarrillos. Solíamos cantar mientras caminábamos a la parada de camiones. De esa forma lográbamos captar la atención de las chavas que íban caminando en la calle. “Chance y en una de esas se nos haga ligarnos a una”, expresaba Javier socarronamente y rompía en una carcajada violenta y desagradable.
Cuando las nubes tenían agua acostumbrábamos pagar entre los tres un carro de sitio, sin embargo, aquella no era una ocasión muy halagüeña y fue menester el que tuviéramos que hacer el recorrido con nuestros medios naturales, de lo contrario nos habríamos quedado sin dinero para entrar a la disco. Doblamos por la Pascual Orozco y nos detuvimos en un oxxo, en el que trabajaba la vieja que le gustaba a Raúl. Al pobre le había prometido salir con él alguna vez, pero lo que él no sabía era que todos los días, a eso de las doce de la noche, pasaba un mustang azul que ella abordaba con singular alegría. Nunca le dije nada, lo cual me frustraba y me hacía sentir como un miserable traidor.
- Si ahora se me hace, ustedes se van por su lado...¿Sale?...El caso es que no los vea que vienen conmigo, que piense que ando exclusivamente tras ella...se pasan de largo...- Pedía Raúl muy ingenuamente.
- Y de veras piensas que ahora sí se te va hacer salir con esa pinche popis. A leguas se ve que lo único que hace es burlarse de ti. Y tú que le das chance. No tienes perdón.- Espetó Javier inmisericordemente.
Seguro que si aquella bestia hubiera sabido lo que yo sabía acerca de esa morrita, habría despepitado todo al instante, sólo por el placer de hacer sentir mal al otro, de destruirlo. De hecho, ahora que lo pienso con más detenimiento, llego a la conclusión de que Javier le guardaba cierto rencor a Raúl, por su forma de ser y el deseo progresista que se mantenía tan vivo en él, esas ganas de salir adelante venciendo cualquier obstáculo y de trascender.
Minutos después de que entró al minisúper, Raúl salió con la jeta caída y los ánimos desechos.
- Hubiera podido jurar que ahora sí lo iba a lograr...Estaba tan seguro...- exclamó y a mí me dio tanta lástima que el sentimiento de culpa me destrozaba, sin embargo yo estaba perfectamente enterado que cualquier relación de ese tipo, lejos de hacerle un bien al chavo, le podría entorpecer su camino hacia la victoria, mismo que se había trazado tiempo atrás, por lo que ese mismo sentimiento de culpa no me duraba mucho tiempo.
No me había dado cuenta que Javier enfocaba toda su atención en un cartelón pegado en la cabina telefónica que estaba a un lado del oxxo. Todavía lo recuerdo exactamente como lo leí yo también. “Te invitamos a una tocada este viernes por la noche en punto de las nueve, en la roca...” Y a los tres se nos formó un hueco en el estómago y seguro que tragamos una saliva bien amarga. Lo sé por que volteé a verles la cara a los otros dos y tenían el mismo gesto de angustia y de náuseas que a mí se me había dibujado, pués mi cara se reflejaba en el vidrio de una camioneta que estaba próxima a nosotros. ¿Quién sabe por qué?
La noche ya caía por completo sobre la ciudad cálida y arenosa. El ambiente se percibía entre lóbrego y melancólico. Pensé en la posibilidad de orientar la atención de los tres hacia un objetivo más específico y conocido: el Old Town. Desgraciadamente, uno de los tres tenía que seguir con el dedo en el renglón. Hasta parecía cosa del destino.
- Y que tal si mejor vamos rumbo a la Zona Dorada. Dicen que ahora va a haber un rodeo y se va a poner suave...¿Qué dicen?
- No, bato...a mí ya se metió a la cabeza esto de “La Roca” y nadie me lo va a sacar. Además, sirven lo que yo quiero y estoy seguro de que con una capsulita de éxtasis no me caería nada mal. Uno de esos cocteles es todo lo que mi organismo pide. Ya había escuchado hablar de este antro, pero nunca me había animado a decírselos...¿Qué rollo?...¿Le llegamos?...- espetó Javier, sin darme oportunidad de objetar.
Raúl soltó un prolongado suspiro, algo así como el trago amargo de la derrota asimilada. Miró de nuevo al interior del minisúper y después volvió la mirada hacia Javier.
- Y por qué no...después de todo me gustaría ligarme a una de esas putitas que se dejan cai por ahí...quiero dormir calientito...tú qué dices...- exclamó dirigiéndose a mí.
Vaya que era una persona sin decisiones, ahora lo entiendo mejor que nunca. Sencillamente era tan fácil el pronunciar el monosílabo “no” de una manera contundente y habríamos visitado el Old Town, con aquellas vaqueritas de tan buen trasero que iban a tomar cerveza de barril. ¡Pero qué va! Sino era más que un soberano imbécil que se dejaba llevar por todo el mundo. Si en aquel tiempo me hubieran pedido que tragara mierda, lo habría ejecutado sin la mayor vacilación. Nada más se me ocurrió contemplar angustiado aquel cartelón que carecía de cualquier elemento artístico, salvo las letras “La Roca”, plasmadas en un estilo que pretendía llegar al gótico y que derramaban algo así como un extraño líquido color púrpura por entre los bordes.
- Pués a mí me parece...bien.- exclamé resignado.
Sin decir más, subimos toda la Pascual Orozco, atravesando la San Felipe hasta llegar a Futurama “Leones”. “Plaza Galerías” ya comenzaba a verse solitaria y los clientes de lo que ahora es “Fábricas de Francia”, salían por las puertas y abordaban sus lujosos carros. Próximo al estacionamiento estaba “La Roca”.
Una bola de rockers y trashers se agolpaban a las puertas del tugurio. Al exterior asomaba un elevador que transportaba cosas que se asemejaban a seres humanos, y que en realidad lo eran, pero escondidos en detrás de fachas y kilos de maquillaje mortuorio. No batallamos mucho para lograr el ingreso a esa especie de civilización subterránea. Nada más fue cosa de soltar un billete de cincuenta al portero con cara de pocos amigos y nos sumergimos en un océano de humo de marihuana y olores podridos. El ruido era incansable, continuo. No cesaba y hasta cierto punto atraía. El edifico estaba dividido en dos pisos. Al salir del elevador dimos con el primero, en el que se encontraba una banda de barrio lanzando unos berridos incomprensibles y tamborazos a diestra y siniestra. El seudocantante, sostenía una botella caguama de cerveza con la mano derecha, mientras que con la izquierda se pegaba el micrófono a los labios y unas veces cantaba en español, otras en inglés, para terminar diluyéndose en algo que en un momento se me figuró que ha de haber sido el idioma de la Torre de Babel.
En tanto, los adolescentes que estaban en las mesas, unos con cara de payasos deprimidos y otros greñudos y tumbados, saltaban desacompasados, gritando, como poseídos por no se qué fuerza que provenía de la supuesta música.
Los tres intercambiamos miradas de interrogación. Qué era lo que teníamos que hacer a continuación, cómo debíamos actuar. El único que poseía la respuesta era Javier, a quien se le iluminó el rostro cuando pasaron un grupo de cuatro “vampiresas” con aretes por toda la cara y con lápiz labial color negro. Nos invitó a seguirlas, pero ni Raúl ni yo nos animamos. Habría sido lo más correcto.
Entonces nos dijo que si subíamos al segundo piso, lo que hicimos con venerable cuidado. La escalinata estaba forrada de alfombra y mantenía estampada en su superficie algunas huellas de vómitos de noches pasadas. Conforme ascendíamos alcancé a ver un mural en la pared, en el que se representaba a un demonio practicando el coito con una virgen adolescente, mientras que diablillos de cuatro brazos armaban una masacre cortándole las cabezas a niños que se encontraban alrededor. De pronto, una mujer que bajaba, evidentemente ebria, resbaló y cayó de nalgas, dándonos suficiente tiempo para esquivarla.
El segundo piso de “La Roca” era más parsimonioso. Ya no se escuchaban los alaridos de abajo y una pantalla monumental cubría una de las paredes. Tenían sintonizado un canal alemán de rock alternativo. Chingo de parejas fornicaban en las mesas y consumían licor. Un tipo con los pelos parados y los ojos pintados con sombras se me acercó y me habló a la oreja, ofreciéndome píldoras de éxtasis y cocaína, lo que de alguna manera escuchó Javier, a quien se le iluminaron los ojos e interrumpió con su clásico “Cuánto por un pase”. Raúl y yo los dejamos hacer sus negocios libremente y nos encaminamos a la barra, en busca de unas cervezas. Para no desentonar con el ambiente, también pedimos unas caguamas. Miré al entorno y sólo pude ver decadencia, cosas que estaban a un paso de una simple existencia, como muertos en vida. El color negro era la constante en “La Roca”. En un rincón alcancé a observar que dos tipas estaban fajando con un imbécil de pelo hasta la cadera. Lo recuerdo bien: una verdadera orgía.
Finalmente regresó Javier con una sonrisa de idiota desdibujada en su semblante. Tenía las manos metidas en las bolsas de su pantalón, dando a entender que llevaba la mercancía que hacía apenas unos minutos acababa de adquirir.
- Yo no entiendo man. ¿Cómo es posible que siempre que salimos de lo que nos quejamos principalmente es de que nos falta dinero para hacer más cosas y tirar más desmadre, y tú ya trais las bolsas del pantalón atascadas de porquerías?...- preguntó Raúl.
- ¿Pero que estás tonto güey?...hoy es la última noche que nos va a acompañar nuestro buen compa y tú no quieres darle una despedida como se merece...claro que aproveché para darme una vueltecita por el banco y saqué una lanita...además, el éxtasis me lo vendieron baratito por que no es original, está hecho en Juárez y la blancanieves es de baja calidad, pero con ésto basta para ponernos bien high...- dijo Javier, quien incluso ya tenía un historial muy largo en cuestión de drogas.
Teníamos que hablar en voz alta, pués el ruido de la música y el barullo de la gente eran intensos.
- Chavos, ahora los voy a iniciar en el venerable oficio de navegar por las aguas profundas...órale, primero échense unas dos caguamas y les doy una pildorita de ésto y ya verán como van a estar agradecidos conmigo para toda la vida.
Pasaron varios minutos y las dos caguamas se convirtieron en seis ó siete. No puedo negar que la cabeza me comenzó a dar vueltas, y sin saber cómo, nos unimos a una mesa en la que bailaban y saltaban un grupo de darkies, quienes al calor de la cerveza no tuvieron inconveniente alguno en integrarnos. De pronto, una de las chicas de esa sociedad me preguntó que si quería elevarme no había problema, que ella traía unos carrujitos de caperucita verde y podríamos ir a los baños. Javier escuchó todo y tanto a la muchacha como a mí nos jaló a los mingitorios, en donde al momento noté que se estaba llevando a cabo una verdadera manifestación de sexo colectivo. Ya en uno de los rincones, Javier sacó una bolsita en la que guardaba las inmundicias blanquiazules que había comprado. A la darkie se le iluminaron los ojos y propuso darnos dos carrujos a cambio de una píldora, pero Javier argumentó que ya traía marihuana suficiente, y que todo lo que pedía a cambio era que nos practicara el sexo oral a los dos. Yo me sorprendí, pero la lady se quedó cavilando un poco mordiéndose los labios.
- Hecho...pero que sean dos...- repuso.
Al principio me negué, debido al asco que me inspiraba el rostro pintado de esa mujer y la vergüenza que me provocaba el saber que extraños me iban a estar observando, además de que no me gustaba nada la idea de un trío.
- Ándale...mira, échate una de éstas y verás que chingón te alivianas...- pidió Javier ofreciéndome una cápsula de éxtasis.
Vacilé un poco, pero la irresponsabilidad y la curiosidad pudieron más, y es que cuando tu cerebro está nadando en un mar de alcohol, ya no piensas con la cabeza de arriba, sino con la cabeza de abajo, y ante la perspectiva de lo que estaba a punto de suceder, mis perversiones despertaron. Sin decir más le arrebaté el éxtasis y con un trago de cerveza lo ingerí. La darkie hizo lo propio y guardó la otra cápsula en la bolsa de su abrigo negro. Después sacó la lengua para mostrarnos un prendedor que traía clavado:
- Verán que no se arrepentirán de lo que están a punto de experimentar, con esta cosita que me puse en la lengüíta voy a hacer que se sientan en las nubes...mejor...en el Paraíso.
Se puso en cuclillas y nos abrió las cremalleras. Entre quejidos de placer y suspiros ahogados pasaron unos quince minutos, mientras ella nos devoraba ávidamente. Javier terminó primero que yo. De un estremecimiento fue a recargarse a la sucia pared. El baño estaba a semioscuras, pero se podía adivinar bultos de parejas y tríos que se entregaban a prácticas similares, aparte de que un humo denso de yerba perfumaba el ambiente.
Cuando por fin eyaculé, la putita no me dio tiempo de retirarme e ingirió todo lo que le di, lo que me provocó náuseas. Escuché el ruido que hizo el costalazo que se dio cuando cayó vencida por el cansancio. En un ataque altruista hice por buscarla entre la penumbra pero Javier me jaloneó.
- Déjala. Ya está bajo los efectos de la cápsula y no nos conviene que alguien nos pesque junto a ella...que se las arregle cómo pueda...de eso no se va a morir, puedes estar seguro...mejor vámonos a buscar una mesa y sentarnos porque no tarda en sucedernos lo mismo.
Y así fue. Desde que salimos de nuevo al ruido y a los empujones, comencé a sentirme eufórico y una multitud como de luciérnagas se me aparecieron. No dejaba de carcajearme y agradecer profundamente a no sé quién por la situación. Sentíame el amo del mundo. Todo era pequeño para mí. Quería saltar, cantar y de pronto me vi hablando el mismo idioma de monosílabos y sonidos guturales que reinaba en ese lugar.
En eso los objetos empezaron a adquirir formas extrañas, oníricas. Las superficies de las mesas se deformaron en caras que me observaban directamente, que me sonreían. Los faroles que semialuzaban el lugar se convertían en policromías lúdicas que me mareaban. El cuello de las personas a mi alrededor se estiraba y sus voces se escuchaban unas veces distantes otras cerca, pero agudas. Así pasó una media hora.
Al volver en mí, estaba alivianado y contento. Ya no experimentaba ningún tipo de borrachera y una falsa seguridad se apoderó de mi ser. Javier se había levantado de la mesa mientras yo sufría aquella especie de transe. En la mesa contigua descubría a Raúl jaineando con otra de las darkies. Como pude me levanté y le toqué el hombro. Sin dejar de besar a la tipa me vio de reojo, lo que aproveché para decirle que fuéramos en busca del otro.
No le fue muy difícil incorporarse. El espantajo de vieja que se había conseguido quedó recargada en el respaldo del sofá, seguramente dormida.
- Se ve que no pierdes el tiempo papá...- le dije burlonamente.
- Nada más estábamos bailando...de repente me abrazó y comenzó a besuquearme sin permiso...
- Y tú tan dejadote...
No puedo mentir, quería otra cápsula de éxtasis. A lo lejos alcancé a observar la espalda inconfundible del Javi. Se había unido a una bolita de trashers y hacían algo que solamente supe cuando Raúl y yo nos acercamos. Era un concurso de a ver quién tomaba más tequila mezclado con “camiseta mojada”. Obviamente las participantes eran exclusivamente hembras, a las que acostaban sobre la mesa y con un embudo les vaciaban el vital líquido en la boca mientras que con cerveza o agua fría las empapaban en todo el cuerpo, encendiéndoles los pezones y dejándolas prácticamente desnudas.
Que yo recuerde ninguna de las que me tocó ver, que fueron cuatro o cinco, salieron del concurso por su propio pie. Cuando Javier se percató de mi presencia soltó una risa escalofriante y me preguntó cínicamente: “¿Qué tal tu viaje al valle mágico y misterioso, rufián?”.
Disimuladamente le pedí otro éxtasis, pero Raúl se dio cuenta acerca de lo que estábamos hablando y exclamó:
- Así que finalmente lo hiciste navegar también a él...me parece chido...considéralo como un regalo de despedida de tu amiguito ahora que ya te vas a Juaritos, pero también como un paso que das para estar más cerca del infierno...
Sentí una especie de vergüenza que traté de olvidar, porque lo que quería era otra “bala”.
- Pérate...-dijo Javier-...deja que se te pase el efecto de la que te tomaste y te doy otra...cómo te sentiste...¿Verdad que chingón?...por este cabrón ni te preocupes...también le pone pero lo disimula...al rato le comparto su dosis para que se ponga a tono...y qué te pareció las mamadas que nos dio la pinche pirata que nos ligamos...
Me negaba a creer que Raúl hubiera sido capaz de drogarse alguna vez, aunque a decir verdad, si tomaba con exageración, nunca debió constituir una sorpresa para mí el que lo hiciera. De nuevo buscamos una mesa en donde sentarnos. El concurso había terminado y Javier escuchó que la “tocada” se estaba poniendo buena en el primer piso, por lo que decidimos unánimemente bajar haciendo uso del elevador.
Acaricio continuamente el teclado de la máquina de escribir. Trato de trasladarme al tiempo y el espacio precisos. Quiero recordar cada cara, cada mirada, cada insinuación con exactitud. Sin embargo, no estoy muy seguro del momento en que la virgen comenzó a tejer la telaraña. ¿Qué tipo de hilos utilizó?. El caso es que a diez años de distancia, parece que mi memoria trata, inconscientemente, de borrar muchos de los detalles, poco a poco. Es por ello que he decidido plasmarlos en el papel.
Ya estábamos sentados a una de las mesas. Unos cuantos tragos de cerveza más y yo reclamaba otra cápsula de éxtasis. Raúl consumió un poco de cocaína mientras que Javier se dejaba llevar por la música. Fue mi primera y única experiencia con las drogas. Súbitamente vimos cómo unos tipos bajaban cargando a la darkie que dejamos noqueada en el baño. Después de vernos con profundo nerviosismo de mi parte, Javier me dijo que no me preocupara, que si hubiera sido algo grave habrían mandado por un médico. “Además, el éxtasis se lo tomó por propia voluntad...nosotros solamente le exigimos una paga a cambio...”
Realmente no me importó tanto lo que le sucediera a la chava, pero sí me apuraba que alguien nos hubiera visto junto a ella, o peor aún, que nos hubieran visto tener sexo con ella en el baño.
El de la culpa fue Raúl. Fue él quien las detectó cuando miraba por entre la concurrencia hacia las demás mesas. Le tocó un hombro a Javier, para hacerlo voltear, y le propuso que mirara directamente a su izquierda. Yo hice lo mismo, casi movido por el instinto. Eran dos chicas exageradamente hermosas, más bien “fresitas”, y desencajaban completamente con el ambiente gótico y subterráneo que allí se vivía. Una era rubia y la otra trigueña, de una cabellera profundamente negra y ondulada la segunda.
Igualmente ellas también se fijaron en nosotros(más bien en los otros dos, nunca he tenido suerte con las chicas chic), y se dijeron algo. Con la mirada invitaban a que nos les acercáramos, pero nos invadía la inseguridad, esa sensación de una cosa extraña que anda por allí. Pero Javier era decidido y con dos cápsulas de excremento bañándole el cerebro, lo era más.
Nos condujo hasta la mesa en donde se encontraban los pedacitos. “Chance y conozcan a alguien para que se haga el trío de parejas y si no pos da igual...”
- Hola chavas...porqué tan solas...- pregunta Javier gritando para imponerse a la música.
- Pués porque ustedes no se animaban a acercarse...falta de confianza...- contestó la rubia, que a mi parecer era la virgen más guapa de las dos.
Vamos, que el resto del tiempo Raúl y Javier se la pasaron ligando y yo nada más viendo. A la media hora Javier ya le había dado como diez besos a la güera y yo ya estaba harto de la cerveza y de ver cómo los otros dos agasajaban como si no fuera a haber un mañana. Llegó el momento en que la rubia propuso que saliéramos del ambiente de “La Roca”, y fuéramos a la casa de una amiga que tenía party todos los fines de semana. No rehusamos la invitación y nos dispusimos a salir de allí en ese preciso instante, no sin antes recibir disculpas de las dos morras por no traer otra acompañante y dejarme solo, pero que sin embargo “en la fiesta sobrará con quien le des vuelo a la hilacha. Raúl me guiñó el ojo y me sonrió, mientras que la trigueña lo besaba en las mejillas. Ya le había convidado polvo blanco y en eso me acordé que todavía no consumía la otra dosis de éxtasis. En esto, ya habíamos salido de “La Roca” y el aire de la noche provocó que me pusiera más ebrio de lo que me sentía, a modo de ver luces relampagueantes y como si me hubieran dado un fuerte volantín. La cabeza me daba vueltas.
Llegamos hasta un carro negro, con los vidrios polarizados.
Es muy diferente cuando a uno le cuentan la historia y solamente se es el escucha. Es muy diferente oír la historia que les sucedió a gente a la que uno ni conoce. Se siente una especie de emoción que raya en el regocijo. Todos los elementos de la narración se pueden relacionar, y si queda un cabo suelto, no importa. Pero cuando se es parte de la leyenda, cuando se vivió en carne propia y se sabe cómo ocurrieron verdaderamente los acontecimientos en cuestión, la cosa se torna diferente.
Algunas personas aseguran que a los muchachos los engancharon en algún punto de la Zona Dorada, más específicamente en el “Old Town”, y que se los llevaron a una casa semidestruida que está en la colonia “Tierra y Libertad”. Pero lo cierto es que nos sacaron de “La Roca”, un refugio de niños ricos con perversiones reprimidas y que juegan a estar “in”. Y nos llevaron a una residencia lujosa y antigua que está en las colonias aledañas al hospital central. Lo adivino por muchas cosas. Primero, porque a pesar de mi estado beodo tan crítico, alcancé a ver la parte alta de la facultad de medicina y la cúpula del hospital, en el momento en que pasamos por allí. De la hora no me acuerdo.
Al llegar, Raúl se besuqueaba violentamente con la trigueña, en tanto que Javier y la güera ocupaban el asiento del piloto y el copiloto, respectivamente. Afuera de la casa a la que íbamos a entrar, se encontraban en hilera varios carros, pero lo que más me llamó la atención es que también se encontraba un carro de la policía municipal, y sus tripulantes, dos “chotas” con cara de perro, andaban bien acompañados, y por lo que vi muy bien servidos. “Lo que al pobre le condenan, al rico se lo festejan”, pensé.
Cuando bajamos del vehículo yo caminaba tambaleándome. Le pedí la cápsula de éxtasis a Javier, pero éste me señaló a los policías y me pidió que esperara. “No te preocupes...adentro hay todo tipo de porquerías para que te envenenes...”, exclamó la trigueña pícaramente. No tengo que mencionar que la casa era enorme. En la parte frontal estaba ese jardín que parecía jungla, con multitud de arbustos olorosos, noches buenas, geranios y jazmines. En el centro estaba una fuente de agua activa, con un querubín en medio, que arrojaba el líquido por el cántaro que sostenía, emulando a Ganímedes. Tras la fuente, había una banca de cobre, en la que seguramente los dueños de la casa se sentaban para atacar el calor en la primavera.
Adentro, el bullicio era palpable. Cuando entramos nadie se molestó en fijarse en nuestra llegada. Nadie excepto la “anfitriona”, que obedeciendo a la amabilidad nos recibió con un falsamente cálido “hola”. La rubia que se había ligado Javier le musitó no sé qué cosas al oído y después voltearon a verme.
- La única que está sin compañía es Mayté. No sé qué le parezca a él. Es de las más guapas pero ya está medio ebria...
No analicé muy a fondo las palabras que había pronunciado aquella morena de ojos verdes, sin embargo sí inquirí a mi alrededor y me di cuenta que todas las mujeres que estaban en la fiesta tan colorida, eran extremadamente hermosas, mientras que los chavos éramos extractos de diferentes culturas. Como había cholos, había cheros; como había rockers, había fresas. También tipos con aspecto de nerds, estudiantes, albañiles y por supuesto, los maquileros.
- ¿Quieres conocer a Mayté? Es una amiga mía y es muy linda...seguro que te la pasas bien con ella- era la güera que me susurraba en la oreja.
Yo habría preferido mil veces haber trampado con ella, pero Javier me la había ganado. A final de cuentas, el resultado iba a ser asquerosamente el mismo.
- Me encanta estar con un hombre- me decía Mayté e intentaba besarme, acción que no permitía por las náuseas que me producía su aliento a licor mezclado con humo de cigarro.
Yo le contestaba que daría todo por una probadita de polvo blanco o una capsulita de éxtasis. Que mi única intención era pasar un buen rato relajado, volando alto, pero ella no dejaba de acecharme. Su rostro de un blanco porcelana contrastaba con el color azul de sus ojos. Y seguía insistiendo con un besito y con que probara un carrujito de marihuana. Nos habíamos encerrado en una de las recámaras, lujosas y confortables, con un televisor de lo más sofisticado, de video casetera integrada. Mayté puso una película pornográfica en la que actuaba Rossanna Doll. En ese momento salía una escena de lesbianismo muy severo entre Rossanna y Barbarella. Hacían uso de una gran variedad de artefactos, la historia completa del fetichismo en un solo pedazo de celuloide.
Como Mayté continuara con su acoso, la aventé definitivamente. Cayó de bruces sobre la cama. Me miró con los ojos extraviados y emitió una risa sorda y maléfica. Entré al baño para mojarme la cara y liberarme un poco de la densidad del humo que emitía la yerba y fue cuando abrí un cajón en el que descubrí toda clase de inmundicias. Desde cocaína hasta jachís. Busqué lo que deseaba(éxtasis) y encontré algo muy parecido y decidí ingerir una dosis y guardar unas cuatro en la bolsa de mi chaqueta.
Al salir del retrete Mayté estaba colocando sobre la cama una amplia gama de juguetes sexuales. De súbito, su belleza mística, como la belleza de las otras mujeres que se encontraban presentes en el reventón, se disipó para mí. Fuera de la recámara seguía el barullo y la pantalla del televisor mostraba actos coitales increíbles, desproporcionados. La cápsula de éxtasis comenzaba a surtir efecto y me sentía alegre, feliz y no podía evitarlo. En tanto, la piruja avanzó hacia mí con ojos enfermos, pero un impulso, casi animalesco, me llevó a darle una bofetada que la derribó inconsciente al suelo.
Las alucinaciones comenzaron y volví a sentirme el amo y señor del Mundo. El cuarto entero se deformó en una policromía ambigua que empezó a adoptar la forma de una virgen que me enredaba en sus hilos, pero de pronto, su rostro hermoso comenzó a teñirse de rojo y en su frente asomaron unas picudas osamentas. De entre sus labios brotaron colmillos y su ceño se frunció, mientras su boca me empapaba de viscosidades malolientes. Al momento que se disponía a lanzar su zarpazo volví en mí y de nuevo estaba en la recámara, observando a Mayté tirada en el suelo. Definitivamente no quería nada con ella y decidí que la última noche de rol con mis amigos no sería todo lo fantástico que yo pretendía. Probé las drogas y eso me hizo sentir cool en un principio, una chica me practicó el sexo bucal acariciándome con una especie de tachuela prendida en su lengua. Pero no había podido llevarme a la cama a ninguna chava bien.
Salí de aquel cuarto cuando Rossanna Doll era penetrada por las dos vías y dejaba escapar gritos agónicos. A lo largo de la escalinata había parejas jaineando, igual que en el lobby de la residencia y en el living room. Aquello se había convertido en una verdadera orgía. En uno de los sofás estaban Javier y Raúl con sus respectivas nenas, lo que me hizo sentir frustración. Habría querido ligarme a la güerita. Decidí visitar el jardín que tanto me agradó cuando llegamos, solamente para sentarme en la banca y tomar aire fresco, a fin de cuentas pasaría inadvertido si abría la puerta, pués hasta la organizadora de la fiesta andaba en lo oscurito.
El aire me sentó bien. Hasta la fecha no sé cómo pero el letargo y la borrachera se disiparon. Decepcionado, metí la mano a la bolsa de la chamarra en la que traía lo que yo creía que era éxtasis, lo saqué y lo arrojé a la fuente. Recordé la imagen de la virgen y sus hilos, cuando escuché pasos. Me apresuré a esconderme entre los arbustos y vi sorprendido que se trataba de la güera. Miró para todas direcciones, cuidando que no la vieran. Yo contenía la respiración y sudaba un sudor frío, porque al momento que se subía el vestido, pensé que se iba a poner en cuclillas y yo iba a ser el testigo de una visión hermosa, de la perspectiva de una selva rubia. Pero fue cuando comprendí el significado que mi subconciente me mandó, y era que uno de esos días, leí que los hilos de la virgen podrían ser, también, las babas del diablo, porque en vez de ponerse en cuclillas, el demonio se volteó a la fuente y comenzó a mear sobre el agua que escanciaba el querubín. No podía creerlo. Me froté los ojos violentamente y contuve unos vómitos que se me vinieron, más continuaba sin creerlo. Alguien más salió y reconocí a la seudoanfitriona.
- ¿Ya les pusieron todos las capsulitas de ajenjo en las copas de vino a sus “mayates”?- preguntó la güera usando una voz diferente, más ronca y fuerte.
- Sí. Ya todos me hicieron la señal y es cuestión de tiempo...tres capsulitas por cada chiludo- dijo la anfitriona cínicamente.
- ¿Le dijiste a la “Mayté” cuáles son?.
- Claro...las azulitas que parecen éxtasis...de hecho, la bolsa que contiene el arsenal de cápsulas la guardé en el baño de la recámara en la que se encerró con el chavo que le presentamos...se la ha de estar pasando cañón degenerándose y abusando de ese pendejo.
- Para estas horas los polis ya se han de haber ido...les di una buena lana y se llevaron lo suyo...y aquí, la diversión apenas va a empezar...
Lo último que escuché fue un coro de carcajadas crueles y muy varoniles, luego, el ruido de la puerta cuando se cerró. Temerosamente me acerqué a uno de los ventanales y la escena fue aterradora: no era ellos a ellas, sino ellas a ellos. Los pobres infelices, seducidos por rostros ficticios, estaban siendo sodomizados, empinados en el suelo, los sillones, las escaleras. Eran flagelados con látigos y violados con objetos de lo más grotescos.
Solamente me recuerdo al salir corriendo de aquel jardín. No recuerdo las calles, nada más recuerdo que llegué a la Pacheco y no dejé de correr hasta la Industrial. Sobre la Avenida Independencia miré hacia el cielo. Unos cuantos puntos brillantes estaban muriendo ante la inexorable presencia del amanecer. Jadeaba. Al mediodía ocupaba el carro ochocientos setenta y uno que me llevaría a Ciudad Juárez. De Raúl y Javier no volví a saber.
La sala de redacción está helada y mis dedos tiemblan. Mis brazos tiemblan. Titiriteo y una sensación extraña recorre mi espalda, que también tiembla.
"Todos ven lo que tú aparentas; pocos advierten lo que eres."
Nicolás Maquiavelo, escritor y politólogo italiano.
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