lunes, 29 de septiembre de 2008

La transfiguración de la rosa


por
Gustavo Urquiza Valdez


Estamos al límite de una disfunción social. El Mundo se encuentra enfrentando momentos críticos en todos los aspectos y los valores pierden su ascepción sin que nadie se preocupe en ningún instante por reivindicarlos.
Rumbo al Día Internacional de la Mujer, el Ser Humano se niega a darle el lugar que esta merece, vilipendiando sus status más intocables, negándole cualquier derecho de autonomía intelectual.
Sin embargo, a lo largo de la historia, las mujeres han demostrado la calidad y capacidad neurológica que les caracteriza, y no estoy hablando de una Lucrecia Borgia o una Cleopatra, que fueron mortíferas en muchos sentidos para quienes les rodeaban.
La Reina Nefertari del Antiguo Egipto, considerada como la más hermosa dentro de la cronología de esa civilización, inspiró las construcciones más suntuosas y bellas, mandadas erigir por su esposo el Faraón Ramsés II.
La conducta de esta noble fue un paradigma en la vida de su consorte, pués no solamente era hermosa físicamente, sino también brillaba por su intachable conducta, tanto que enamoró contundentemente al esforzado Faraón, que hay esculturas gigantescas que se pueden ver zurcando el Río Nilo.
Durante el predominio de la Santa Inquisición, fueron mandadas a la hoguera, mujeres que víctimas de la esquizofrenia, eran tomadas como poseídas por alguno de los demonios de la religión, y sin más ni más eran sometidas al fuego.
Pero la mujer no ha claudicado en su afán por seguir adelante con tenacidad y denuedo. Prueba de ello nos lo da la poetisa helénica Safo, de la isla de Lesbos, quien en medio de una Pléyade de poetas, supo eternizarse con lo melodioso de su poesía, a tal grado que los estudiantes de literatura, actualmente, no pueden prescindir de leer sus odas y cantos.
Isis, otra Reina del Egipto Clásico, supo reforzar a su compañero Osiris, sacando adelante el imperio en los momentos de peligro, siempre con la frente muy en alto. En tanto que en el Medio Oriente, existió una doncella que se dedicó a las matemáticas y a la geometría, pagando ello con su vida, ya que murió lapidada por la muchedumbre.
La mitología griega, con todo el glorioso pasado cultural que le impregna a la región occidental de nuestro Planeta, a veces trata de una manera muy poco decorosa a las damas, criticándoles su supuesta vulnerabilidad por la vanidad y la lujuria.
La Guerra de Troya fue originada, según la leyenda, por la Discordia. Uno de los dioses, paganos, decidió realizar un gran banquete en el que estarían invitados todos sus iguales, menos la Diosa de la Discordia.
Al darse cuenta de ello, esta decidió hacer una visita subrepticia a los comensales, en la que los espiaría y les echaría a perder la fiesta, echando mano de un ardid muy tenebroso: lanzó una manzana al medio de la mesa, la cual tenía incrustado un mensaje que decía, “Para la más bella.
Al momento se volcaron sobre ella Palas Atenea, Diosa de la Sabiduría y Afrodita, Diosa del Amor. Al no poder resolver la discusión en ese momento, decidieron recurrir al juicio de un mortal.
Ese mortal le tocó ser al imprudente Páris, hijo del Rey de Troya, Príamo. Para tener seguro el triunfo, la Diosa Afrodita se adelantó y le propuso a Páris que si inclinaba la balanza a su favor, le daría los dones del amor y le brindaría por compañera a la mujer más hermosa que existiera.
Excitado por la perspectiva de convertirse en el hombre afortunado de poseer a esta mujer, Páris accedió y Afrodita cumplió su ofrecimiento. La femme más bella, entonces, era Elena o Helena(se escribe de las dos formas), hermana de los Dióscuros y esposa del Rey Menelao, hermano del Rey Agamenón, ambos hijos de Atreo.
Páris, valiéndose de la confianza de Menelao, y de su hospitalidad en su Palacio, enamoró a Elena y la raptó una noche, acompañado de su ejército. Lo anterior fue lo que dio origen al tristemente célebre “Sitio de Troya”, que duró más de diez años y terminó con el incendio de esta ciudad.
Pero también hay momentos en que la inteligencia helénica o griega, reconoció la bestialidad del sexo masculino en contra del femenino. Es el caso de Heracles y su esposa Megara, quien murió asesinada por aquel debido a una crisis de furia que sufrió.
Como castigo, el semidios, hijo del Soberano de los Dioses, Zeus, tuvo que llevar a efecto una serie de trabajos, entre los que se encuentran señalados el matar al León de Nemea y salvar a Prometeo de la tortura a la que estaba sentenciado: estar encadenado y ser devorado eternamente por los buitres, por haberle dado a conocer el fuego a los hombres.
Otra de las innegables inteligencias femeninas fue la de Madame de Stäel, al producir el primer manifiesto del Movimiento Romántico o Romanticismo Decimonónico en Alemania, cuando eran los hombres precisamente quienes se encargaban de tales menesteres.
La primer cosmonauta viajó al espacio sideral ya casi entrando los setentas del Siglo Veinte, su nombre era Valentina Thereskova, otro triunfo que enarboló el llamado sexo débil.
En el mundo de la pintura, muchas de las obras inmortales son figuras femeninas, tales como las Odaliscas o las Majas, estas últimas hechas por el pincel del español Francisco Goya.
Pero la literatura todavía resguarda más paradigmas de la fortaleza de la mujer. Francoise Sagan, una adolescente de quince años, irrumpió con su conmovedor texto “Buenos días tristeza”, dejando pasmados a los críticos de su tiempo debido a la calidad de sentimientos tan profundos que era capaz de manejar esta escritora tan joven.
La narración melancólica y palpitante de otra muchachita, se plasmó en “El Diario de Ana Frank”, el cual es un testamento humanitario del horror que desencadenó el Holocausto, precisamente ahora que se cumplen sesenta años de la liberación de los prisioneros de los campos de concentración del Holocausto.
Aquí en México, ni para qué darle vuelta de hoja: Sor Juana Inés de la Cruz.

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