viernes, 13 de marzo de 2009

La melodía o Memorias de un adolescente.






Por




Gustavo Urquiza Valdez.






A Josè Agustìn





I









Meditaba acerca de algunas cuestiones que a todo adolescente nos tiene apurados: sexo.
Esta mañana he despertado echando pestes de mi horrible destino de guiñapo de catorce años de edad. Mis frustraciones han sido elevadas a la máxima potencia porque anoche no pude dirigirle ni una sola palabra a la morra que me gusta.
Y es que para mí es inalcanzable la vieja.
Mi nombre(aunque ya sé lo que van a decir, “qué nos importa tu estúpido nombre, lo que queremos es que termines con esta aburrida historia), mi nombre es Agustín Equis. Más vale que se resignen a mi apellido, ya que es verdadero y no trato de encubrir ningún otro.
Realmente me apellido Equis. De hecho soy una persona equis.
El cielo color pastel de mi cuarto parece que se deja caer sobre mí, haciendo más inaguantable la densidad del ambiente y el tedio que me embarga al mismo tiempo. ¡Maldita sea! Estoy tan asqueado de absolutamente todo lo que me rodea.
La sociedad, o mejor dicho, “la suciedad”; los tembleques de la escuela; la escuela misma. Con gusto mandaría la totalidad de mi vida al demonio.
Solamente es cuestión de cortarme las venas o halar del gatillo de una pistola...actualmente es muy fácil, sumamente fácil conseguir una, aunque nada más sea para el efecto, al fin y al cabo el vendedor no, jamás preguntaría para qué la quiero.
Sin embargo tengo que poner los pies en la tierra y comprender que hasta para eso se necesita dinero, y yo soy terriblemente pobre.
Y me gritan que vaya a la cocina a empinarme el vaso de licuado que prepara mamá por las mañanas, para que yo vaya bien almorzado a eso que llaman “Prepa” y no tenga que comprar nada en la cooperativa o en los puestos callejeros.
Es una gran ventaja para mí, pués detesto el comer fuera de la casa, porque para un servidor, lo primordial es evitar la amibiasis o los contagios que los microbios conllevan.
Con pesadez decido levantarme de mi cama y ojeo unos papeles en los que se encuentra plasmada la que llamo mi primera novela.
Le estoy dando sus últimos retoques. Una primera novela, a los catorce años, no está nada mal. Por título le puse “La melodía”, y trata de un joven incomprendido como yo, y burlado y maltratado...como yo.
Al final, paralelamente a su existencia, el compone una pieza musical, (ya que además es un genio), cuya tonalidad, conforme va tomando una hermosa forma, provoca una mayor calidad de vida en la existencia del muchacho.
Son apenas ocho o nueve cuartillas de material, pero les juro que tiene la forma exacta de una novela.
Ya sé, les estoy pareciendo muy aburrido, y les comprendo.
No son los únicos que piensan así, quienquiera que sea el que está leyendo estas líneas, o escuchándome.
Pero, si quieren saber algo que estoy seguro que los va a poner in, esto les interesará. Toda la noche me estuve...masturbando. Siento mi nuca completamente inflamada, un leve temblor en las manos, un jadeo sepulcral y un absoluto desapego a mi alegría por ser joven.
Como las camas de mis padres y la mía están en el mismo cuarto, tuve que resignarme a venirme con las colchas encima y el pijama puesto, así que ya se imaginarán la escena y los olores tan nauseabundos que despido al hacer cualquier movimiento.
“Cuando te estés jalando la cresta al gallo, por favor haz como que no te oiga tu mamá...en las noches nomás se oyen tus pujidos y los suspiros cuando ya sabes tú qué...”, me dijo el otro día mi papá, y me sentí tan cucaracha.


Todavía recuerdo claramente la primera vez que mi cosita(pitirrín, pito, pajarito, tripita, cómo ustedes quieran apodarle), lanzó ese líquido espeso y blanquecino que se llama esperma.
Fue, precisamente, y debo aceptar que muchos acontecimientos solemnes de mi vida han ocurrido al mismo tiempo, el día en que me dieron el resultado de el examen de admisión que hice para ingresar ala escuela secundaria.
Todo fue a raíz de que vi a una chamaquita, poco mayor que yo, ya con sus formas de mujer recientemente adquiridas.
Después que llegué a casa, luego de haber quedado felizmente en el turno matutino, en salón “B” de la Secundaria Federal, fui directamente al baño, aprovechando que papá y mamá comenzaron a platicar enajenados por la gran noticia.
Yo tenía mis propios menesteres, más importantes que cualquier resultado de pruebas en el mundo entero. Adivinaron: masturbarme. Ya lo había hecho antes, porque en la primaria platicaba con los amigos que ya tenían doce o trece años y nos hablaban a los más enanos de lo que salía cuando uno se la “puñeteaba”.
Pero yo hacía todo al pie de la letra, pero no me salía nada...
Hasta ese día en que vi a aquella puberita con su pantalón de mezclilla entallado, mostrándome sus potentes nalgas que “parecía que era un cachetón haciendo buches cada vez que caminaba.”
Entonces, me sentí realizado. Por vez primera sentía que era yo un bato hecho y derecho. Volteaba a ver a los que tenían diez años u ocho y sabía, que según yo, la niñez había quedado atrás.
Solamente tenía once años de edad. ¡Qué asco! Y pensar que todos los chiludos tienen que pasar por eso.


- ¿Y cómo va la escuela?- preguntó mi señor padre.

La verdad de todos los adolescentes es ocultar su propia verdad. Pienso que si en realidad existiera una versátil intención de comunicarnos (y cuando hablo de comunicarnos no me refiero al simple hecho de intercambiar palabras, sino a escucharnos, tolerarnos, comprendernos, etc.), no habría tantos malentendidos entre los seres humanos.
Tuve que contar una gran mentira, basada en el miedo y las ganas de no ser fastidiado ni regañado cuando apenas comienza el día. Contesté que todo iba “viento en popa”, es decir, muy bien.

- ¿Química?- insistió Don Eufrasio, o sea mi papá.

- ¿Cómo se dice?...hummm...de maravilla- contesto cínicamente. A veces me doy tanto asco.

La cuestión es que eso de los hidrocarburos y el número atómico de tal o cuál elemento me aburre y me desespera sobremanera. Siempre hago desidia, prefiriendo que el tiempo siga su curso, ateniéndome a los resultados finales y ciñéndome a la voluntad de la maestra, rogándole a no sé quién para que ésta sienta compasión de mi y se digne a calificarme con un respetable seis, aunque luego se diga que pasé de “panzazo”.

- Además, la ruca es muy explícita...explica muy bien y yo entiendo a la perfección...- agrego, para echarle más salsa a mis frijoles.

- Eso espero- interviene de repente mi mamá-, y qué me dices de biología...he escuchado que muchos se quejan de la viejita que imparte esa clase...¿Cómo le dicen?...la pasita...

- Sí...es que como está muy viejita le dicen así por lo arrugado que tiene el cuero- exclamo con una sonrisa irónica.

- Pero cómo te va con ella- insiste mamá.

Vacilando, con un titubeo que no pude disimular, contesto que también en esa materia me va de perlas, más sin embargo, lo feo del caso es que a nadie le ha ido bien con esa señora. Llega y solamente se limita a hablar. Apenas se sienta y abre el libro de texto, “Bios Vida”. Entonces es cuando comienza a soltarnos una bola de sandeces que ganas te dan de ponerle un bozal o estrangularla. “Que los plantelmintos acá, que los estafilococos allá, que las taxonomías de los animales ésto, que las clasificaciones de los insectos lo otro...”, y uno durmiéndose del hastío. Seguro que ni el mismo Charles Darwin soportaría una clase como la que estoy describiendo.



Como ya no estaba dispuesto a continuar recibiendo más preguntas ni a ser bombardeado con más objeciones, agarré la mochila, me la colgué al hombro y salí de casa.
Es precisamente ahora cuando recuerdo que he olvidado dar mis cartas de presentación. Ya dije que me llamo estúpidamente Agustín Equis, voy en el segundo semestre de la preparatoria y me encanta la música oldie, de esas viejitas pero bonitas. En la escuela soy un verdadero asno, aunque responsable de mis actos y siempre puntual.
Aquí me tienes, vistiendo un uniforme de camisa blanca y pantalón negro. Llevo puesta una chamarra de lana de borrego por dentro, porque hace un frío de los mil diablos. Soy famoso entre la raza debido a que no tengo amigos ni grupos “sociales” que suela frecuentar. Otro de los factores que acarrea mi fama es el de que soy el clásico “nerd”.
Y como soy el clásico “nerd”, toda la plebe hace burla de mí y me convierte en la comidilla y el hazmerreír del día. Pretendo que ésto me tenga sin cuidado, pero la mera verdad es que es una verdadera tortura despertar por las mañanas , luego pensar en lo que me espera en el salón de clases. Sin embargo hago de tripas corazón y continúo asistiendo.
A pesar de todo, siempre paso las materias, y mi papá, Eufrasio, asegura que es porque leo. Leo como si fuera un ratón de biblioteca. Cualquier libro, folleto, folletín, tríptico o revista que cae en mis manos, acabo por leerlo.
Aparte, casi nunca, a menos que me enferme, falto a clases.
Sobra mencionar que soy pobre y por eso no me doy una vida regalada. Otro de los factores por los cuales no soy muy sociable. Apenas comienzo a escribir y eso me agrada, porque ello constituye una manera de compensación a la falta de recursos económicos y a mis problemas de interacción. Que palabra tan estrambótica, ¿Verdad?.
Se refiere a la capacidad que tienes para integrarte a un grupo o a la sociedad en general. En lo que a mí respecta, ya me acostumbré a ser un solitario y me vale. Tengo muchas expectativas de un futuro bonito.
Hay algo que no le cuento a cualquiera, y es que también me encanta la pornografía, a tal grado que tengo un alterote de revistas “Playboy” y “Penthouse” en un pequeño buró al lado de mi cama. De todas esas, la que más me gusta es una donde está una japonesita empinada y un...


Al paso me salieron dos imbéciles. Uno más que otro. Se tratan de Miguel Arozamena y Felipe Carrisales, ambos acuden al Centro de capacitación de quién sabe qué para la formación de chepa la bola qué. Con bromitas pesadas y un saludo que francamente no me dio la gana contestar, me abordaron.

- A dónde te diriges mi mongus- así me apodaba Arozamena, es obvio que porque me consideraban un imbécil.

-A dónde no te importa nariz de gancho- contesté lo más agresivamente que pude hacerlo y traté de separarme de ellos caminando más rápido.

- ¿No has escuchado los nuevos chismes que corren por el barrio, acerca de ti?- preguntó Miguel Carrisales.

Fingí hacerme el desinteresado, pero aflojando el paso.

- No me importan los estúpidos chismes de esta gentuza, nomás termine de estudiar la preparatoria y me largo.
Pero en el fondo no es verdad. De alguna manera sí me interesan las cosas que de mí se hablen. Es por el miedo de correr un día cualquier peligro o porque, a lo mejor, sí me gusta que me acepte la sociedad. Cuestión de caretas.
Con respecto a eso de que me largo, es una larga historia. Son un sin fin de proyectos que tengo para mi vida y de vez en cuando los saco a relucir sobre todo cuando los puedo utilizar como mecanismo de defensa, cuando se me insulta o se me denigra. No soy el único que utiliza uno de estos mecanismos de defensa.

- Uy sí, cómo no...el niñito se va a estudiar a quién sabe dónde, porque va a llegar a ser un gran escritor y va a ganar el Premio quién sabe qué, quién sabe cuando...- me remedaba uno de aquellos imbéciles-...pués sábete animal que todos en el barrio andan diciendo que eres bien joto, como Erick, el que vive aquí a una cuadra.

Lo cual provocó mi evidente enojo. Al momento le recuerdo el diez de mayo en enero y el muy infeliz se hace “justicia propinándome una buena y sonora patada. Habría seguido con sus ataques sino fuera porque Miguel se interpone y lo calma. En eso pasa en su carro Víctor Cernera, que también asiste a la misma escuela a la que van ese par de bestias y les convida para que se suban en su nave. Al menos ya me van a dejar en paz.

- Quihubo mongus- mongus en uno de los tantos apodos que me tienen y quien lo aplica ahora es el mentado Víctor, no sin que los otros se mofaran-, ¿Cómo te ha ido?, ¿Sigues igual de idiota que de costumbre o ya se te quitó un poco?.

- Sigo tan imbécil como tu mamá de puta, así que ¿Cómo la ves? Pinche junior.

Al momento hace el ademán de bajarse del carro para propinarme una buena tranquiza, que sinceramente no me la merezco, y de nuevo es Miguel el que sale al quite: “ya vámonos bato...no vale la pena ensuciarse la mano con este güey...además se nos va a hacer bien tarde...”
Arranca el carro y finalmente se van.


[Quién se lo iba a imaginar cuando te veíamos pasar contoneándote con aquella faldita de colegiala, tan entallada que nos dejaban ver tus curvas. La manera en que te mojabas los labios y a todos nos hacías sentir como si fuéramos Pedro Infante cuando nos lanzabas aquella mirada de fuego con tus ojos verdes, del color de la cáscara de limón.
Con tu sola vista mandabas lo que se habría de hacer a tu antojo. Te cedíamos el lugar cada vez que llegabas tarde. Muchas tareas te las hacían los más inteligentes del salón. No tenías que asistir a las bibliotecas, puesto que una infinidad de idiotas a tu servicio te pasaban los apuntes y consentían que les copiaras en los exámenes de matemáticas. Cuando te ibas de pinta y poco te importaba porque el profesor de geografía también estaba enamorado de ti.
Entonces, allí estabas, paseándote con tus amigas a lo largo de la calle Maclovio Herrera.
De veras, quién lo iba a decir, siempre que parabas los carros...y otras cosas...al pasar con el uniforme blanco con azul, caminando como las modelos, porque hasta eras lo suficientemente solvente para haber pagado una escuela de modelaje.
Quién lo iba a decir.]


La escuela me recibió muda. El salón igual. No tenían mucho que decir. Cade resaltar que ésto lo estoy escribiendo ahora por la tarde. Realmente ocurrió por la mañana. Sucedió que llegué. Ya cuatro años transitando la misma calle. La Bartolomé de las Casas. Era tan temprano que ni siquiera los chavillos de la secundaria habían llegado. Esa misma secundaria en la que yo estudié. Verdaderamente extraño aquellos tiempos.
Como de costumbre, era el primero en hacer acto de presencia.
En eso, llegó Lauren Esparza, la Venus de Nilo del segundo semestre Ce. Sueño sudoroso de todos los morrillos que habíamos caído en aquella preparatoria. Su pelo negro oscuro, sus piernotas de mármol, sus pechos firmes y bien levantaditos, eran el centro de todas las sesiones masturbatorias que yo tenía en lo escondidito.
Me sonrió y yo contesté poniéndome pálido, pués no supe ni que fregados hacer.

- ¿Qué haces?- preguntó.

- Leyendo- contesté.

- Y qué lees- volvió a preguntar, mirando con interés un libro de historia del arte que me habían regalado hace tiempo y ya estaba muy lastimado de tanto que lo leía.

- Historia del ar...ar...te- volví a contestar.

Debo añadir que yo soy el bufón de la escuela y Lauren Esparza no tenía motivo alguno para dirigirme la palabra. Pero esta ocasión así fue.

- A mí me gusta mucho el arte también- prosiguió entornando los ojos y sentándose a un lado mío,y ya te imaginarás lo que sentí. Sobre todo cuando cruzó las piernas.

- ¿En serio?

- En serio- asintió-, mira, cada vez que voy al Distrito Federal, o sea, al Defe, mi papá me lleva al Museo del Prado junto con mis primas, y he visto colecciones de Pablo Picasso, de Dalí, de Diego rivera, de éste..., ¿Cómo se llama ese pintor mexicano muy famoso que es muy rebelde?, algo de José Luis...pero no me acuerdo bien...

- José Luis Cuevas- expresé triunfal y orgullosamente de mis conocimientos de pintura.

- Ándale, ese mero. ¿Cuál es tu pintor favorito?

- Edvar Munch.

- Y quién es ese.

Uno de los máximos exponentes del expresionismo europeo...sus pinturas muestran la angustia de la que el hombre es presa...todo mediante la plasmación de figuras fantasmagóricas...una de sus obras más representativas es “El grito”.

No cabía duda que la había dejado de a seis.

- En ese caso, no tienes nada que pedirle a los más expertos artistas, eres verdaderamente un muchacho bien instruido. Agustín.- exclamó llevándose el dedo índice a la boca y chupándolo, muy sexy. Después me pasó la mano derecha por el hombro izquierdo y ya se me había borrado toda noción de la realidad. Me consideraba un privilegiado.
Pero nunca falta un pelo en la sopa y en esto llegó toda la tropa. Hasta pareció que lo hicieron a propósito.
José Castruíta, el novio no oficial de Lauren, al momento que me vio, soltó una sonora carcajada. Su narisota y los tres pelos güeros que tiene en el bigote me exasperaron, pués al momento sentí que se avecinaba otro ataque a mi dignidad, ya tan maltrecha en estos tiempos.

- Y qué has hecho de nuevo mi “Babotas”- otro de mis sobrenombres, hasta los de sexto semestre se lo sabían..

- Nada que te importe, estúpido descolorido.

- Es que mírenlo, es bien puñal...¿Verdá que eres puñalito?

Si hay algo que detesto es que me digan puñal, joto, maricón, muerdealmohadas, etc. Pero si hay algo que detesto más que me digan hidrocanoico, joto o maricón, es que se metan con mis libros y me los estropeen. Aquello, al final de cuentas ni cierto es, ni me interesa que me lo crean o no; pero mis libros, es lo más preciado que Dios me puso en la vida.
Por eso, cuando José Castruíta se atrevió a escupir un gargajo sobre la “Maja desnuda” de Francisco Goya, no lo soporté más y le propiné un soberano puñetazo en el mentón, lo que le provocó que le saliera un considerable chorro de sangre que hasta mí me salpicó.


No les detallaré lo que sucedió posteriormente, pero está bien, ríanse. Es la hora del descanso y me encuentro con un ojo completamente negro, el otro morado, los pómulos inflamados, los brazos raspados, sufro un dolor terrible en el estómago y quién sabe por qué los cristales de los anteojos no están quebrados.
Y es que me puso una felpa de campeonato el maldito infeliz, que hasta los costados los siento tensos y difícilmente puedo respirar.
Pero sigo siendo Agustín Equis, escritor. ¡Auch!
Se acerca Lauren y me dice:

- Vaya que tenemos a un boxeador aquí...

- Te suplico que no te burles...me duele hasta la médula de los huesos...quiero llorar...todos chavos fueron testigos de mi humillación.

- Eso no importa...mira...para que te consueles un poco...siéntate, en esta banquita...para que te consueles un poco, déjame decirte que le dolió más en su amor propio el que tú le dejaras la quijada como de elefante con ese chingazo, que todo lo que tú puedas sentir de feo.

Agarrándome el mentón con sus manitas blancas, me dijo quedo, “Te espero en mi casa a eso de las tres, ¿Te parece?, te llevas algo de Goya...esa maja desnuda...”
Se levantó y se fue.

- Si crees que lo que acabo de presenciar te va a ayudar en algo, estás frito...

Es David Villalobos. Aunque en realidad todavía no lo considero mi muy compa, es la única persona en quien tengo confianza en la escuela.

- ¿Qué le vas a decir a tu mamá?

- Pués que me bronquié. ¿Qué dicen en la dirección?

- Nada. Como que están acostumbrados a que el rico le pegue al jodido. Les conviene.

Saca un cigarro y se lo lleva a la boca. Tiene Dieciséis años y se mantiene solito(hablo de la cuestión monetaria, ya que es muy amigable).

- Ayer troné con Alicia.

No sé por qué rayos siempre tienen que salir con esas pláticas. A mí no me interesa. Yo quiero saber de mis autores preferidos, como Poe, Becker, el Marqués de Sade, de mis revistas de Playboy.

- Ha, vaya, no sabes cuánto lo siento- méndiga vieja, ni siquiera la conocía.

- Estaba embarazada...

Si algo hay que no me lo esperaba, era esa noticia. El drama cursi que veía en películas o que pensaba yo que nunca estaría cerca de mí, allí lo tengo, frente a frente. Me siento imbécil por no saber de qué manera reaccionar.

- Y ahora cómo le vas a hacer...

- Dije que estaba, pendejo...la hice abortar- expresó con los ojos lacrimosos y habriendo una coca cola en lata.

- Ha chingao...

- Como oíste.

- Y cómo la hiciste abortar.

- En la Juárez hay una señora muy buena para estos bussiness. Después de ésto ya no quiero nada con Leticia. Fue cuestión de un quinientón y asunto arreglado. Con respecto a la Lauren...ten mucho cuidado, acuérdate qué clase de personas son ese grupito.

Me sentí cómplice por lo del niño abortado. Sin embargo, a David le dio igual. Se levantó de la banca y fue por otro cigarro.


No podía dejar de sentir cosquilleos en la barriga por la invitación tan insinuosa que me había hecho a la hora de descanso. Las tres últimas horas me la pasé con el mentón apoyado en la mano derecha, que a su vez estaba apoyada sobre el codo, que estaba sobre la paleta. Esa clásica posición que lo hace parecer a uno como a un verdadero estúpido, con la vista perdida en no sé dónde.


II
Busco por todos lados mi libro preferido de historia del arte. Es uno que se llama “Musas, majas y odaliscas”, de un crítico español de principios de siglo. Pero lo que me interesa no es la calidad de quien lo escribió, sino más bien que trae pinturas de mujeres solamente desnudas. Eso excitará a Lauren.
Miro alrededor de la sala en la que están los libreros y mi mirada tropieza con mi pintura preferida, “El grito” de Edvar Munch. Sencillamente es genial. Es como considero el estado de ánimo en el que me encuentro.
Se trata de un individuo que mira fija y angustiosamente al espectador, tocándose las mejillas y abriendo la boca. Entonces, es como si de repente ese cuadro se tornara algo más que una simple pintura. En un espejo que refleja no mi exterior. Mi alma.



Hay momentos que me gustaría saber qué hay más allá de todos esos mundillos brillantes que aparecen en el cielo cada vez que anochece. Cuando tenía diez años la vida tenía más sentido para mí. Contaba con una meta fija, bien trazada y el triunfo estaba a mi disposición. Solamente era cuestión de que yo le dijera “ven a mí” y ya.
Tenía sueños, ilusiones. Actualmente siento unas ganas tremendas de gritar pidiendo ayuda. Encontrar a alguien que me escuche, que me comprenda y no se trate de pasar de listo conmigo ni quiera imponerme su voluntad, fingiendo que quiere arreglar mi vida.
Cuando me desespero, suelo asomarme a la ventana. En tiempo de calor todo es más fácil, pués las estrellas son más visibles. Luego me imagino, que si no es aquí en la Tierra, probablemente en alguno de esos planetas a millones de kilómetros de años luz, exista otro adolescente como yo, quien esté esperando a su vez una respuesta semejante a la que yo busco surcando imaginariamente en el espacio, y que también, al mismo tiempo clave sus ojos en uno de esos pequeños puntos brillantes y que ese sea nuestra tierra.
En algún libro, no recuerdo cuál, leí que lo hermoso de un desierto, es que sin lugar a dudas, en un punto, aunque lejano o escondido en la inmensidad, se puede hallar un pozo de agua, del que brotan chorros de esperanza convertida en agua cristalina y limpia para los sedientos.
Así me imagino a mi corazón, como a un solitario desierto en el que me extravié, pero en el que me mantiene vivo el deseo de encontrar aquel pozo de agua.



[Quien lo iba a decir. Tan hermosa. Si supieras todos los que soñábamos contigo, y lo que soñábamos acerca de ti. Te habrías hinchado de orgullo. Pero las cosas son de esta manera y nadie tiene la culpa más quien las origina]


Uno de mis francos anhelos es el de entrar a estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras. Quisiera escribir libros y publicarlos. También comics. Antes de salir a la casa de Lauren, precisamente, me detuve un momento a ver las historietas que he escrito, y por supuesto, lo más valioso, mi primera novela. Pensaba darle unos retoques, pero así está muy bien. Mi personaje es un hombre feliz, y más ahora que tengo una cita con la chava más guapa de la escuela.
Me calcé mis zapatos montañistas marca Perestroika, me puse mi chamarra de cuero, unos jeans, doblados en el corte, me peine para atrás, utilizando fijador, me puse los anteojos y salí. Claro, con el libro de “Historia del Arte” que le había prometido a Lauren que le enseñaría.
En algún lugar estaban tocando, “Muriendo lento”, con Timbiriche, y sentí un asco tremendo. No soporto esas cursilerías. Tomó la calle por donde está la entrada principal de la López Velarde y me doy cuenta la cantidad de bomboncitos que hay en esa escuela, aunque mucho fresilla.
Con respecto a lo de la música. A mí me gusta el rock clásico y esas rolas pop de los sesentas, como la de los Beatles o los Rollings Stones. Es más, después de las seis de tarde, puedo sintonizar en la radio, una estación gringa que se llama KOEM, en la que tocan pura música oldie. También tengo casettes. Muchos, donde he grabado la música de los Temptetions, los Monkees y los Doors.
Justo en una piedra de cemento seco que está frente a la López Velarde me encuentro a Elisa, la morra que más me gusta. Nos conocemos desde que somos niños y ella estudia en el Cbtis. Es muy bonita. Güerita y de ojos cafés claros. De cuerpo...¡Ya se imaginarán!
Es hermana de mi mejor Amigo, Esaú. Ya les contaré de esas aventuras.

- ¿Qué tal?- me pregunta.

- ¿Qué tal?- le contesto.

- ¿Cómo sigues de los golpes?- me pregunta tiernamente y yo me derrito, porque cuando me habla de esa manera no encuentro la manera de reaccionar y me vuelvo estúpido.


Cómo se habrá dado cuenta de el zafarrancho de la escuela con el imbécil de Castruita y los otros. Ha, por cierto, Elisa es la “vieja” a la que me refería cuando comencé con estos apuntes.

- No te asombres...eres la comidilla de todos, además, quién no se va a fijar en el maquillaje que te dejaron en la cara- expresó moviendo su nariz respingada y acariciándose la pierna derecha, Entonces me fijé en sus blue jeans deslavados, que llevaba entallados y permitían apreciar más sus contornos.

- A dónde te diriges,- sigue preguntando- si se puede saber.

- A la casa de Lauren.

- A la casa de Lauren Esparza, ¿Estás loco? Esa es la novia del que precisamente te dejó así.

Como venganza de lo que me acaba de decir, le contesto que se me hace tarde y le finjo darle un indiferente adiós, siendo que en mi interior, me muero por ella. Decididamente soy un perdedor.


III

Al entrar a la casa de Lauren Esparza, me di cuenta de lo injusto que había sido la vida con muchos de nosotros. Apenas era increíble la suntuosidad de aquellos aposentos. Una sala elegantísima y unos muebles dignos de un castillo europeo, de esos que salen en las películas.
Cuando llegué, Lauren, la sexy niña fresa con complejo de mujer fatal, estaba tomando una coca cola de bote y viendo la de “Los imperdonables”, con Clint Eastwood, el matamexicanos. Debo confesar que el pantalón estilo palazos que vestía, no le quedaba tan mal.


- Gustas un refresco...

- No, gracias, no tomo soda

- Entonces que me dices de un vaso con agua

- Eso estaría genial.

- ¿Te gustan las películas que tratan del viejo oeste y de los pistoleros?

La verdad es que ese tipo de películas no me caían del todo mal. Le contesté que mi preferida era la de “El bueno, el malo y el feo”, que es una de las obras maestras del género y bla bla bla...
Notaba algo extraño en el ambiente dentro de la casa de Laureen, sin embargo no acerté, para mi mala suerte, a adivinar de qué se trataba. Me comenzó a preguntar acerca del libro que traía y de pinturas, pero intuía que algo se cargaba entre manos. Era evidente que no sabía mucho sobre arte, por no decir que nada. Sentí un sentimiento de amargura y de frustración al voltear a ver a mi alrededor.
Definitivamente no consideraba justo que a una sola palabra de esa chica, su “papi” le pusiera el Mundo a sus pies, mientras que yo solamente estaba esperando que mi mamá me dijera que ya no podría más con los gastos de la casa y mis estudios y que tendría que abandonar la escuela.
Para mí significaba un insulto, de alguna manera, el permanecer en aquel lugar, en medio de tantos lujos. Traté de no prestar más atención al asunto y concentrarme en el momento inmediato, aunque en mi cerebro continuaba la idea de que algo extraño flotaba en el ambiente.
La faldita que traía me obligó a que me cayera el sudor por las sienes y no podía dejar de mirar esas piernas trigueñas y moldeadas que en algún lugar dejaban colar el aire para entretenerse con su clitorito. Abrí mi libro de “Historia del arte” para mostrárselo a Laureen, pero en eso, ella me agarró mis partes.

- Creo...creo que hay un error aquí, Laureen...se supone que...- dije tembloroso.

- No existe ningún error...sé perfectamente lo que hago y lo que pienso hacer. Quiero que vayamos a mi cuarto en este preciso instante y hagamos el amor...

Sin más miramientos me agarró del cuello de la camisa y me atrajo para sí, obligándome a subir las escaleras en escasos diez segundos, para, momentos después, encontrarnos en su cuarto. Algo decididamente estaba muy mal. No soy precisamente el tipo de muchacho que vuelve loco a una mujer, y menos si esa mujer es la más popular de la prepa.

- Voy al baño a arreglarme...cuando vuelva, quiero que estés desnudo y preparado.

Justamente al momento de entrar al cuarto de Laureen, adornado con toda clase de muñecos de felpa y peluche, noté la presencia de un armario.
Sentía la presencia de alguien dentro de aquel sitio y mi instinto trabajó correctamente, pués me aconsejó que no me desvistiera y que desconfiara totalmente de esa “fresa con complejo de mujer fatal”.
Pasaron minutos y Laureen no volvía, pero en eso, y no estaba equivocado, escuché que del interior del armario salían unos murmullos que aunque en voz baja, eran violentos. Permanecí sentado en la cama de Laureen, en lo que me decidía a pararme y abrir las puertas de aquel mueble.
Finalmente me decidí, y lentamente me fui acercando a las puertas del susodicho armario. Fue entonces cuando escuché, ahora sí clara y nítidamente, una voz que decía “ya se chingó...nos descubrió el pinche teto...”, y casi inmediatamente después se abrieron bruscamente las puertas del armario y vi como se me arrojaban encima dos moles.
Eran Castruíta y compañía, que traía una cámara de video en la mano.

- Agárralo...- gritaba uno, mientras yo, por la sorpresa, no acerté a hacer absolutamente nada, pero pasados los segundos comencé a forcejear con coraje.

“Bájale los pantalones”, gritaba uno, mientras el otro trataba de despojarme de la ropa. No pasaron muchos instantes para que el forcejeo se convirtiera en un intercambio de cabronazos y mentadas de madre, del que yo sacaba la peor parte.
Finalmente lograron su cometido y yo me vi completamente desnudo y a Laureen en la puerta del cuarto, mirando muy seria. Los muy infelices se dedicaron a grabarme y dejarme al descubierto.
En eso, Laureen intervino y se interpuso entre el lente de la cámara y yo, tiempo que yo aproveché para vestirme nuevamente, entre sollozos y maldiciones. Sabía que algo estaban discutiendo el trío de cabezas huecas, pero no podía adivinar qué, pués mi coraje rebasaba toda agudeza de mis sentidos.
Ya vestido me di a la fuga, bajando los escalones de tres zancadas, y cuando estaba a punto de abrir la puerta de la casa, escuché la voz de Laureen que me gritaba.

- Quiero que me perdones...no sé en qué diablos estaba pensando cuando me convencieron de hacer eso...te juro que...

- Las palabras salen sobrando...- la interrumpí y salí sin decir más.

No hace falta decir que me detuve hasta llegar a la cas. Una sensación fría me corría por todos los huesos.

Aproveché que el mugrero que llamamos sala estaba solitario.

Puse un casette y al momento irrumpían Paul, George, Ringo y John con "Hey Jude".

Francamente no soportaba la idea de ser considerado tan idiota, a tal grado que esos imbéciles me jugaran una patraña como esa.

Una punzada, casi como dolor me atacó en la nuca. Me presioné la cabeza con ambas manos.

Qué asquerosa es la adolescencia.

No me dí cuenta del momento en que terminaba el largo coro de la canción y ya estaban los "Archies" cantando "Sugar, sugar".


En el estéreo sintonicé una radiodifusora gringa que proyectaba solamente música oldie. Pasaban la canción “Diana” de Paul Anka.
Agarré la pluma y mi escritorio portátil... un pedazo de tabla embarnizada... y comencé a garabatear...

“El hombre finalmente cayó muerto y la melodía acabó al igual que el poema...”

Mi papá entró súbitamente y exclamó “bonita canción”...

De las canciones de mis tiempos es la que más me gusta...en México la cantaba César Costa.

- Sabes...creo que nos hemos distanciado mucho desde que saliste de la secundaria...tu madre me contó el por qué de ese distanciamiento...tienes razón en estar inconforme con lo que hice. Me preocupé de mis ideales, de andar de jefe sindicalista y lo cierto es que descuidé tu bienestar...pero ánimo porque ya estás terminando tu escuela de inglés y pase lo que pase no cometas con tus hijos el mismo error que yo cometí contigo. Tú quisieras tener todas las comodidades y yo lo único que te he dado son problemas y frustraciones.

Salió del cuarto.


Sin fijarme tomé un fotoálbum y comencé a darle un vistazo. Había todo tipo de fotografías. Era sábado y me dí el lujo de levantarme temprano.
Pertenecí a una especie de subcultura. “Los albatros”. Solamente escuchábamos Rock and Roll. La fotografía estaba allí: cinco mocosos vestidos a la James Dean en “Rebelde sin causa”.
Dieciocho de mayo de Mil Novecientos Noventa.
Oíamos a los Marcels, Little Richard, Ray charles...
Otra fotografía. Marzo del Setenta y Nueve. Un bebé de un mes de nacido dormido sobre una cama y vestido de mameluco verde.

La escuela como siempre me recibió con frío. Y una noticia aún más helada de la que no me enteré por no gustarme escuchar los noticieros: Laureen había muerto en un accidente automovilístico la noche anterior. Debo decir que no me importó.


El catálogo de libros de mi casa es el siguiente.
Los libros que había en mi casa eran de filosofía, clásicos y contemporáneos. Los Diálogos, La Ética Nicomaquea, Política, Tratado de las Catilinarias, Así hablaba Zaratustra, El viajero y su sombra, El castillo, El proceso, América, El principito, Correo del sur, Vuelo nocturno, Colmillo blanco.
El principito. Significa la pureza, el ser que empieza a nacer. Él viaja a muchos planetas en cada planeta hay un ser con un prejuicio. Claro. Cada planeta es un mal, un complejo, un prejuicio humano: la vanidad, la avaricia, la puerta falsa, el existir sin vivir. Y qué decir de la rosa. Ese es el motivo de vivir del principito. Ahí se nos muestra que el que vive es por un motivo. El que no tiene un motivo para vivir, ese solamente existe.
Los baobads significan males; el planeta, el corazón del Ser Humano. El que se descuidó de unas semillas de baobads que se encontraban en su planeta, le crecieron los grandes árboles que representan el mal. ¿Y el manantial, el zorro, la víbora, los cascabeles?
Me faltan tantas cosas por definir.


Me acuerdo de la pintura “El grito” de Edvar Munch. Me siento justamente así. Por vez primera pensé en el suicidio. Y fue la última. Quiero seguir viviendo.



1993/1994

Publicado y destinado para aquellos profesores de sicología o de literatura en el nivel bachillerato que quieran poner un ejemplo de la conducta y manera de pensar de un niño chihuahuenese de catorce años de edad en la década de los noventa.

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