lunes, 22 de septiembre de 2008

La transfiguración del romanticismo. Por Gustavo Urquiza Valdez.

En el año de Mil Novecientos Ochenta y Ocho, Italia presentaba uno de los patrimonios de la humanidad en el Séptimo Arte. Se trata de “Nuovo Cinema Paradiso”, del célebre director Giussepe Tornatore, contando con la actuación estelar de Philip Noiret en el papel de Alfredo, mismo que le valdría el premio al mejor actor en el Festival de Canes.
La trama de la película narra como un niño, Salvatore, totalmente entregado al cinematógrafo de su pueblo natal, Giancaldo, ubicado en la Sicilia, establece nexos de una amistad inquebrantable con el “cácaro”, enseñándole este todo lo referente a la proyección de films.
De pronto, el niño se convierte en un joven que experimenta el amor a primera vista en la estación del ferrocarril de aquel legendario Giancaldo, cuando, a través del cristal de su cámara de videos, mira el rostro de Elena Mendiola.
Es tal su fuerte sentimiento que su proyecto vital después de ese momento no es otro más que el de conquistar el corazón de su amada, pasando todas las noches en completa vigilia contra lluvia, viento y frío.
El que porfía mata venado, se dice por aquí, y finalmente Elena cede a los ruegos de Salvatore, cerrando el pacto con un beso al estilo holliwoodense en la cabina de proyecciones del Nuovo Cinema Paradisso.
Por cuestiones de la vida, cada uno tiene una estrella que seguir, y después de cierta noche en el que se está proyectando “La Odisea”, con Kirt Douglas, en teatro abierto, ya no se vuelven a ver jamás.
Lo anterior es lo que nos refiere la industria filmográfica. Ahora que si nos vamos al de la literatura, el sentimiento tan paradógicamente tangible e intangible llamado amor, está presente desde los albores de la poesía.
Las odas, las elegías, las égoglas…todas ellas están dirigidas hacia alguna persona amada. La guerra de Troya fue comenzada por el motivo del amor, cuando la relación que por orden de aquellos dioses paganos fue prohibida(me refiero a la de Páris y Helena), se culminó.
Fue el amor el que despertó la cólera de Aquiles, decidiendo este ya no auxiliar más en el combate al pueblo aqueo. Fue el amor el que aconsejó a la hermosa Penélope el guardarle fidelidad a su esposo Odiseo, en latín Ulises, mediante urdir una estratagema en contra de sus numerosos pretendientes, hilando una tela por la tela y desbaratándola por la noche, prometiendo que el día que acabara su labor decidiría a quién elegiría de entre todos los hombres que la asediaban.
Y qué decir de los dos amantes de Verona, inmortalizados por William Shakespeare en su gran obra “Romeo y Julieta”, un clásico indubitable para todos aquellos enamorados. Algo similar sucedió con “Una historia de amor”, novela que fue llevada a la pantalla en los años setentas, en la que el final es igualmente trágico.
El valor de la amistad está implícito en otro inolvidable clásico, “El despertar” de Marjorie Kinnan Rawlings, también convertida en película en los años cincuenta. La novela, ganó el Premio Pulitzer, en tanto que la versión cinematográfica mereció el Oscar a la mejor película del año. Esa fue la historia de un niño que descubre en un pequeño venado huérfano a un amigo, dándole todo el cariño que pudo haberle dado.
Por último, está la última gran historia escrita por el legendario novelista inglés Charles Dickens, “Grandes Esperanzas”, en la que se antepone por encima de todo la virtud de la tenacidad y la perseverancia para lograr el amor del ser querido.

1 comentario:

bLaCkHeArT dijo...

El amor es el protagonista de diversas historias, y no es de extrañarse ya que en mi opinión, es el sentimiento más hermoso que puede experimentar el ser humano.
Muy interesante tu blog, gracias por el comentario.