martes, 4 de agosto de 2009

Una historia del sufrimiento de la lectura: bibliofobia de principios de siglo.

Por
Gustavo Urquiza Valdez

Un buen principio: la personalidad de Don Alfonso.
A través de todos los tiempos, una de las armas más claves para el desarrollo de las sociedades humanas es la capacidad lectora(o bien de lectura, según se le quiera considerar).
Nunca habría sido posible la edificación de monumentos literarios tales como “La guerra y la paz” de Tolstoi, si no existieran documentos tales como el memorial de Santa Helena o incluso “Rojo y negro”, del mismísimo Sthendal.
Y qué decir de actos políticos tales como la liberación del sur africano o la Reforma Mexicana, sin los filósofos del Iluminismo Francés, quienes elaboraron pensamientos de justicia y equidad en pos del beneficio de los hombres de su tiempo.
Francois Mauriac en “Los libros que he leído”, declara que lo mejor de su vida fue el haberse topado con las estructuras gramaticales y esos entes que de alguna manera poseen una existencia propia y se llaman palabras.
Si nos echáramos un clavado en el acervo de una biblioteca, o bien, si nos imbuyéramos en una pila de tomos con el fin de realizar una árdua tarea de investigación acerca de cómo ha evolucionado la historia del libro, nos quedaríamos sumamente perplejos por la enorme cantidad de testamentos, legados y confesiones en los que se exhorta a nosotros, los de las nuevas generaciones de seres humanos, el cultivar un verdadero amor, limpio y puro dirigido al conocimiento.
Esto es como si aquellos ancestros comunes hubieran(aunque en realidad el hubiera no tiene cabida en el mundo), tácitamente, estado al tanto de las sartas de tonterías que los habitantes de la América Latina íbamos a cometer en el, para aquel entonces, futuro.
¿Por qué referirnos a la América Latina de una manera tan específica, e incluso, sin quererlo, de una forma probablemente tan peyorativa, pero sobre todo acometiendo hacia la mítica posibilidad de prosapia cultural que según algunos optimistas de la lengua nos heredaron los españoles?
Sencillamente porque los jóvenes de este continente están pasando por una crisis en la materia de humanidades, misma crisis que se ha agudizado con las recientes desapariciones y aún peor, decadencias de sus literatos originados en el famosísimo Boom, quienes, muy por el contrario a lo que se pensaba en los años sesentas, no pudieron inyectarle a la sociedad de habla hispana un amor por la lectura.
Y por supuesto, que no se podría dejar de lado ni un solo momento, otro factor que desgraciadamente es importante e insoslayable en los últimos tiempos, la especie de luminosidad y sombra que se cierne sobre la humanidad: la globalización.
Claro que se podrían escribir y escribir verdaderos adoquines de puros ensayos, tratados, monografías y artículos especializados eslabonando este penoso y doloroso tema para quienes no están preparados para afrontarlo y su relación devastadora con las artes y la poesía, sin olvidar lo crucial para el desarrollo de los pueblos, sin poder llegar a un punto de encuentro entre la concordancia, la congruencia y el descubrimiento, menos la solución.
Algún pensador de aquellos que destilaban materia gris de tanta que tenían, expresó en cierta parte de su maravillosa existencia: “Los libros hacen libres a los hombres.” Nadie le ha hecho caso en la tierra que descubrió Colón y la que se agandallaron Cortés y asociados; lo peor del caso para sus habitantes, es que aquel pensador ilustrado estaba en toda la completa razón.
Es por eso que sus habitantes, ya mencionados, los derivados de Amerigo Vespucio son tan asquerosamente interdependientes en un mundo globalizado.
Las muertes de grandes maestros como Octavio Paz y Juan José Arreola, han provocado consecuencias conmovedoras y han dejado un hueco inllenable en las letras mexicanas, cuyo pueblo es quien ocupa las preocupaciones más lacerantes en el horizonte internacional por su baja actividad lectora y no se diga su baja comprensión entre los alumnos de educación básica.
He aquí el por qué de que en las próximas líneas, la tinta estará dedicada a esbozar ligeramente una breve estipulación de los pormenores a través de algunos años a la fecha, en la nación de el águila y la serpiente.
Comenzando pués, por los años en que el levantamiento armado en contra del General de Generales y dictador Porfirio Diaz se encontraba en toda su efervescencia, haciendo retumbar cañones y disparos en el suelo mestizo.
Recuérdese muy bien que el país había sufrido una aculturización europea paradójicamente bárbara, ya que sólo la gozaba la aristocracia, entre comillas, de aquel entonces. Sin embargo, surgieron otros cerebros que utilizaron sus talentos en pro de los marginados(verbigracia los hermanos Flores Magón).
En medio de todo este caos se gestaba un orden intelectual pequeño: el Ateneo de la Juventud. En el mencionado movimiento se enarbolaba una praxis indiscutible y esa era la de compartir conocimientos con los jóvenes de aquellos tiempos y concientizarlos, de esta manera, de los sueños de libertad y justicia que volaban sobre alas doradas por Europa, posibilitando su aplicación en la nación que ya había explotado de tanta inconformidad.
De entre ellos sobresalía muy especialmente uno que con el paso de los años llegaría a ser considerado “La Cultura Universal Personalizada”: Alfonso Reyes.
El mérito general de este hombre es sencillamente el haber nacido cuando más se le necesitaba. Pero el objetivo es simple y es el de haber puesto al alcance de los entendimientos menos complejos obras y una amplia variedad de información, así como acercarlos a visitar grandes y antiquísimas civilizaciones por medio de sus libros.
En el caso de Reyes se puede hablar muy bien de precocidad literaria, porque justamente su primer publicación ostenta tal calidad que los mismos contemporáneos españoles le recibieron y le dieron la bienvenida con críticas muy bondadosas.
No fue la pueril manifestación de un niño mimado que gracias a las influencias de papá o a la cursilería de una élite, logra ver impresos sus insulsos textos(la Grazia Deledda y otros, por ejemplo, además de algunos casos aquí en Parral). No. Se trata de una obra paradigmática en la ensayística hispanoamericana: “Cuestiones estéticas”.
En el tomo que contiene su primer obra publicada aborda diversos temas de carácter, como bien se entiende, cultural. Sin embargo, no olvidemos que todo fue enmarcado por charcos de sangre y pérdidas de patriotas, por lo que el joven Reyes tuvo que salir disparado a España tras el asesinato de su padre, el General Alfonso Reyes, quien cayera el primero al inicio de la “Decena Trágica”.
Contrario a lo que se puede pensar, no hay mal que por bien no venga y Don Alfonso tuvo la oportunidad de codearse con los grandes de la Generación del 98, cuyos integrantes, novelistas de gran renombre, se encontraban en pleno apogeo y madurez.
Vinieron tiempos de prolija producción y el regreso a su México. Tiempos de fundaciones y revistas, cátedras universitarias y la avanzada edad. Pasaron varias guerras, se llegó la Era Atómica, una expropiación petrolera, un éxodo, la destrucción de dos ciudades.
Sostiene Peter Berger que “por contraste, las relaciones del hombre con su ambiente se caracterizan por su apertura al mundo”. Nada más cierto. Tal vez Reyes así lo comprendió y sus acciones se deriven de su condición de hombre internacional, no sólo por sus viajes físicos, también por sus miles de lecturas que a fin de cuentas es la mejor forma de viajar.
Dejó este plano astral en mil novecientos cincuenta y nueve, dejando un testamento de independencia literaria en Hispanoamérica, que forjó con la ayuda de Jorge Luis Borges, los hermanos Henríquez Ureña y Octavio Paz.
Claro, Vasconcelos y Torres Bodet brillan con luz muy propia.

El Boom Literario que animó a la América Latina.
Se tiene la creencia de que después de los sesenta nada quedó igual. Ciertamente. Pero tan cierto es también que no se debió precisamente a la aparición de nuevas manifestaciones musicales que excitaban a los jóvenes, sino más bien a la irrupción de ideologías que eran el producto de la mixtura de otras doctrinas y que tuvieron un impacto muy fuerte en el transcurso de los sistemas imperantes, al igual provocaron la aparición y consolidación de entrantes.
Con todo este removimiento de capas políticas y la independencia cultural de Hispanoamérica que antes mencionábamos, cabe precisar que no resulta extraño el hecho de que se llevara a cabo un fenómeno literario de enormes dimensiones y sin precedentes que comenzó con la publicación de la novela “El Señor Presidente”, del guatemalteco Miguel Ángel Asturias y se reafirmara con la entrada en escena de otros libros tales como “Rayuela”, del argentino Julio Cortázar de origen belga y radicado en Francia.
Sin embargo, México, y es doloroso mencionarlo, sólo aportó con un pilar para este movimiento, aunque de gran solidez. Carlos Fuentes, quien gravita por primera vez en la Galaxia Gutemberg con “Los días enmascarados”, colabora a sembrar conciencia en los jóvenes de su patria con libros de una relevancia y brillantez determinante en la prosa mexicana.
Pero se debe aceptar ya que el tiempo de las grandes escuelas de intelectuales ha quedado sumido en el pasado y nadie se acuerda de ellos. Sólo la memoria polvosa que le otorgan los textos escolares de historia les dan un poco de vida y les agradecen su lucha. Y no hay más.
Lo que resta es el cacicazgo intelectual y el empobrecimiento educativo de las mayorías. Como escribió Rulfo en boca del “viejo Esteban” en su cuento “En la madrugada”: “bien puede ser...” que tengamos muchos doctorados en artes, “bien puede ser...” que tengamos literatos muy versados, pero hacen falta las intervenciones de grandes altruistas del conocimiento que antes edificaran hermosos monumentos al progreso y pugnaran por que aprendizaje fuera un proceso solidario.
Probablemente ya sea el turno para los Licenciados en Intervención Educativa. Probablemente ya vaya siendo hora de aliviar esa herida que es el rezago y la baja comprensión de lectura. Probablemente ya vaya siendo hora de asegurarle al mexicano que la respuesta la puede encontrar en “El contrato social” de Rousseaou o en una buena narración de Faulkner o Agustín Yañez.
El lugar número treinta y cuatro, deshonroso y vulgar que nos dio la OCDE, tiene que ser abandonado cuanto antes. Pero eso sí, es crucial consolidar una alianza tripartita entre padres, alumnos y magisterio para lograr este sueño que no es utópico.

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